miércoles, 20 de abril de 2022

Ejercicio 3(a)

Ejercicio: Luego de leer un cuento o un capítulo, al menos, de un texto representativo del best-seller, a) escribir, como imitación del lenguaje y la composición argumental, un texto similar, y entonces b) convertirlo en otro texto personalizado, de estilo propio

Parte a: La historia del Loco -John Katzenbach. Capítulo 1, versionado por mí mismo (que también es traducido porque lo leí en inglés para darle más naturalidad a la narración, para que saliera más orgánica, más propia, más mía, más con mis palabras, más parodia que imitación, aunque igual conservo la trama, reduzco la extensión y mantengo algunos elementos del ritmo)

Las voces ya no están. No están más conmigo. Al igual que mi esperanza, se han ido. Hace mucho tiempo que se fueron ya, más precisamente cuando las reemplacé por las pastillas que debo tomarme cada ocho horas, todos los días de la semana, todas las semanas del año, todos los años que me restan de vida. El caso es que las voces ya no están y de verdad que en este momento me hacen falta, estoy seguro de que ellas me ayudarían a narrar esta historia, sin ellas me siento un poco perdido, sin rumbo, no sé por dónde empezar, no sé cómo llegar a la mitad y mucho menos al final de esta historia, pero bueno, esto es lo que hay. Quizás podría decir que extraño mi esquizofrenia, que extraño las voces, que la sensación impuesta por la sociedad de “ser normal” no me pertenece, no soy yo, quien quiera que sea la persona que está detrás de estas líneas, no soy yo. A lo más, se trata de un residuo, un desecho, no lo sé, lo único que sé es que las extraño. Hay que ser un loco de remate para decir que se extraña estar loco de remate, pero igual supongo que en esto consiste la locura, si es que consiste en algo. Lo informe, lo anormal, lo que no tiene ninguna función ni objetividad, lo que se derrama como el agua que busca siempre cómo fluir a pesar de que no encuentre un “camino más fácil”, eso es lo que los esquizos llamamos hogar. Esa es nuestra cotidianidad, el terreno en el que nos sentimos cómodos. Pero la locura ya no está, lo que queda es un residuo, ah, eso y las malditas pastillas que debo tomar.

A veces extraño las voces, casi siempre, pero otras veces, lo debo decir con toda sinceridad, le agradezco con todo mi ser a la farmacéutica depredadora de vidas imaginarias, de locuras, de amigos fieles que no existen más que dentro de los intersticios de las neuronas de los desequilibrados, le agradezco por callarlas, sobre todo porque algunas voces, las menos amables, disfrutaban de gritarme y darme órdenes de corte militar: “asesina a este, rómpele la cabeza a aquel, salta por el balcón”, o de plano juzgarme: “estúpido, idiota, inútil, eres una vergüenza, un desperdicio, la basura tiene más valor que tú”. Nunca dejó de causarme cierta gracia que las voces más agresivas le pertenecían a los personajes que cualquier persona cuerda imaginaría como las más compasivas. Cuando es el mismo Jesucristo el que te insulta a gritos y te ordena asesinar niñas pequeñas, estallarles el cráneo contra el pavimento, sabes entonces que algo no funciona del todo bien en tu cerebro. Pero eso es lo que hay. Lo que había, porque las voces ya no están.

La vida de un esquizo que ha salido del manicomio, o mejor dicho, lo han sacado a la fuerza, es un poco plana, aburrida, es monotonía sobre la rutina, envuelta en un poco de opacidad marrón sin sentido. El gobierno me paga por estar loco, lo cual de por sí ya es una muestra de que la sociedad en sí misma está un poco insana, deschavetada, está fuera de todo su maldito sentido. Pero es así. Recibo una pensión mensual vitalicia por el simple hecho de tener voces amigas, voces enemigas, voces que ya no están, voces, voces, voces, voces en mi puta cabeza. Además, los del gobierno pagan la habitación mohosa y fría del primer piso del inquilinato en donde vivo, lo cual facilita bastante mi existencia. Pero también le quita una buena parte de la emoción. A veces siento envidia por quienes tienen que partirse el lomo todos los días para obtener las monedas que les evitarán dormir en el cruel frío de las calles, si es que acaso pueden dormir, los imagino a los pobres bastardos mirando por encima del hombro, mirando con ojos en la espalda, mirando con miedo y desconfianza a todo lo que se mueva, saben que en cualquier momento puede llegar la muerte a cagárselos, puede llegar disfrazada de una camioneta blanca sin placas, un policía ebrio de violencia y sediento de sangre y bilis ajenas, incluso propias, disfrazada de otro desgraciado que se quedó sin cómo pagar la habitación de hotel barato del centro, disfrazada de un perro o una rata rabiosa. En últimas, si no fuera por la locura del gobierno que me paga por estar loco, seguramente yo sería uno de esos infelices que sobreviven en la calle, sin saber cuál instante será el último de sus vidas.

Tengo familia, tengo dos hermanas, ambas mayores que yo, ambas casadas con tipos exitosos que construyeron toda su fortuna a partir de la grandiosa ventaja de no tener al Mesías susurrándoles al oído sugerencias de sacarle las tripas al primer peatón que se atraviese. Para mí es perfecto y claro que ninguna de las dos me quiere, y las entiendo, quién quiere querer a un loco, un despojo desahuciado de su único hogar, el sanatorio. Sin embargo, algo, quizás las propias voces de sus cabezas, la culpa que les taladra las sienes cada domingo en la iglesia, no sé, lo que sea, algo les dice que deben hacerse cargo de mí, de alguna manera. Cada tanto me visitan, por separado, obviamente, y me intentan hacer la charla, me preguntan trivialidades, seguro los del sanatorio les dieron el guion de las cosas que me pueden decir y las que no, los temas que deben tocar y los que deben evitar, los psiquiatras se creen con la potestad de decidir qué se debe decir y qué no, y pues bah, si creen que tienen el derecho divino de decidir quién está cuerdo y quién está loco –entiéndase cuerdo igual a funcional al sistema- no me extrañaría que se crean también los dueños de lo que debe y no decirse. Pero me perdí en las ramas. Estaba contando que mis hermanas de vez en cuando me visitan, me traen algunos pesos y la ropa que sus maridos exitosos, no esquizos, ya no usan. Eso es todo. Mi vida es un moho color mierda pálida que no tiene ninguna novedad, me paso los días caminando por ahí, repitiendo la rutina, los lugares, los parques. De vez en cuando soy testigo de algún delito. Me gusta delatar a los criminales, me gusta ver sufrir a la gente, en todo caso es gente que no conozco, no me importa, me da igual, los brutos tienen el fútbol y la política, yo tengo las desgracias de las ratas. Antes tenía a las voces, pero ya no están. A veces las extraño, a veces simplemente me da igual.

El moho color mierda pálida que es mi vida, por lo general no tiene novedad. Pero un día sí hubo novedad. Estaba revisando las cartas que llegan en paquetes cada dos semanas, más o menos, principalmente cartas promocionales de artilugios baratos que a nadie podrían interesar, ni siquiera al más puto loco del manicomio más puto desquiciado del más puto psicópata país del más puto sádico planeta del sistema solar más puto enfermo y desgraciado de un universo decadente y sin propósito. También llegan los comprobantes de que el gobierno sí cumplió con la promesa electorera de pagarme la manutención a mí y a las decenas de miles de inútiles, perdón, “discapacitados” que contaminan las que, de otro modo, serían calles y plazas prístinas, desbordantes de gente honesta, trabajadora y cuya alma es devorada día tras día por las fauces siempre hambrientas del sistema. Siendo esta la naturaleza de la correspondencia que me llega cada dos semanas, desarrollé el muy saludable hábito de tirar todo a la basura sin siquiera abrir los sobres, sin siquiera darles la más mínima importancia. Pero había esta vez algo nuevo, un sobre diferente, elegante, papel fino, jamás en veinte años de desahucio recibí nada escrito en papel fino, lo cual inevitablemente llamó mi atención. Además los bastardos habían escrito bien mi nombre, ¡já! Esa sí que era una novedad, más que la carta misma. Un nombre como el mío es especialmente susceptible a ser interpretado en un millón de formas distintas. Ahí estaba el sobre, el pedazo de papel caro que ponía: “JOHNNY TRIPASECA XAVIOLO”. Naturalmente la leí. ¡Sorpresa, sorpresa! Era otra comunicación proveniente del estado.

Buenos días señor Johnny Tripaseca Xaviolo

Por medio de la presente queremos invitarlo al evento de remembranza del Hospital Cumbres Nevadas, con motivo del vigésimo aniversario de su clausura. Se ofrecerán charlas, ponencias, recorridos guiados y se ofrecerán bocadillos a los participantes. Además se compartirán las experiencias vividas por quienes hicieron parte de la historia del Hospital, el cual será demolido para dar paso a un centro comercial. Esperamos con gran entusiasmo su participación, la cual seguramente ayudará a enriquecer la experiencia para todos los demás asistentes al evento. La información de contacto se encuentra anexa en esta misma comunicación.

Cordialmente

El loquero del manicomio que odias con tu puta vida

 

Me quedé mirando el pedazo de papel un buen rato, como una hora, o quizás fueron solo diez segundos. Con tanta droga es difícil mantener una noción del tiempo coherente. Me quedé mirándola y recordando los años en los que ese agujero infecto de locura y gérmenes fue el único lugar al que podía llamar hogar. Me reí a carcajadas tan solo de contemplar la idea de regresar a ese nido de perversión del cual el estado me obligó a salir hace veinte años. Veinte años vuelan, y apenas hoy noté que nunca más volví siquiera a acercarme al menos a cinco kilómetros de la colina donde estaba ubicado el Cumbres Nevadas. Qué nombre tan poco original, es inmediata la analogía a la novela de Emily noséquién, novela que por cierto nunca leí, solo la escuché nombrar un par de cientos de veces en voces de un par de cientos de idiotas que creían que eran los primeros en notar que el nombre del hospital hacía alusión a la novela de la tal Emily meimportaunculo. Me reí a carcajadas y hasta lloré de la risa. Estoy seguro de que si las voces estuvieran conmigo, también se habrían cagado de risa, Hitler, Jesucristo y la anciana del tercer piso, llorando de risa por la simple mención de la idea de hacerle una visita morbosa a las ruinas de un manicomio clausurado. Cuando la risa se detuvo, agarré el teléfono y sin pensarlo digité los números que estaban en el anexo de la carta. “Sí, será todo un gusto y un placer asistir” dije, justo antes de colgar en un impulso tan repentino como el de llamar. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué llamé? ¿Serán las voces las que llamaron por mí, se sintieron invitadas a las profundidades de mi cráneo putrefacto por la droga –la medicina- debido a la simple mención del hospital, la cárcel de baldosas blancas donde fueron reyes, princesas, dictadores, hombres y mujeres poderosas, insignificantes, irrelevantes, gobernantes, huéspedes y dueñas de una mente enferma, mi propia mente, que no era mi propiedad sino la de ellas? Si las voces me querían de vuelta en el Cumbres Nevadas, allá estaré. O tal vez no.

 

lunes, 18 de abril de 2022

Definitivamente bueno

Ocurrió un milagro aquí en mi propio mundo

En mi doméstico planeta Tierra

Cosas que siempre pasan entre bodhisattvas de todo calibre

Surge una pregunta para el Buda, ¿verdad?

Bueno, ok…

Parece que uno de los tipos no se creía el Dharma

Le pregunta al otro, a su compadre

También un bodhisattva

Si alguien es capaz de alcanzar

El estado del Buda en un instante

Cuando de repente empezó a escucharse

Al lado suyo, entre los practicantes

Hablándole directamente al Honrado por el Mundo

Quién más sino su propia hija

¿Entendés?

Una nenita de ocho años

Alcanzando la Iluminación perfecta

Y el tipo que era un hombre de poca fe

Pero, el Dharma, esa enseñanza descendiente directa de orientales

Qué sé yo, le dimos algo en nuestras vidas pasadas

Y nos dio algo a cambio

Por eso dedico todas mis palabras a los practicantes ausentes

Y a los grandes bodhisattvas que… parece que me están mirando

 

Definitivamente bueno, me acompaña el sonido de los mantras

Definitivamente bueno, ruge el relámpago y el trueno

La paz en todos los chakras, y el regocijo de la sangha

Hoy reconozco la sabiduría como espejo

Y digo, ¿es que estoy muerto? ¿Es esto un sueño?

Y los oyentes rectos, que son la sangha, contestan

Definitivamente bueno

Todavía estoy vivo, me lo recuerda el trueno

Los méritos me los dieron las treinta y dos marcas

No estoy solo, está la sangha con sus mantras

Esa especie de suspiro de aire comprimido y expansivo

Chau trueno, no digas que sobre tu voz no resueno

Prefiero tu rugido antes que el engaño del samsara

Pregunta, ¿por qué samsara termina en Sara?

Qué pena recordar a Sara cada vez

Que se habla del engaño, la ilusión o la ignorancia

Los oyentes rectos que son la sangha

Contestan con elegancia

Definitivamente bueno

Al chakra de tu garganta le está faltando un OM

Dice la sangha agregada en cinco skandhas

Diamantes, los de Vajrasattva

¿Está bloqueado?

¿Es un mandala tu vulgar arte?

Engañarte o Iluminarte

Dice la sangha, sin ninguna clase de esperanza

La sangha será despedida

Prefiero el ruido de la lluvia

La tormenta eléctrica repite el trueno

Su repentina e improvista melodía

Que dice

Definitivamente bueno

Es este Dharma

Que es de todos 


(Esto es un ejercicio narrativo, es un capítulo del Sutra del Loto narrado con la estructura y estilo de la canción "Qué ritmo triste" de Andrés Calamaro. "Definitivamente bueno" es una expresión que se usa a lo largo de todo el Sutra para certificar la profunda sutileza del Dharma del Gran Vehículo).