domingo, 21 de abril de 2013

El Tercer Planeta


Los siete descendieron de los cielos. Respiraron con dificultad el aire pesado del Tercer Planeta. Ante ellos se alzaban tres gigantes de piedra, tres pirámides que yacían incrustadas entre toneladas de polvo tostado y que rompían la pasividad de una llanura infinita. Los siete perdieron el aliento.
—Pero, ¿quién construyó todo esto?— aventuró uno.
Ninguno supo responder.
Pasó más de una hora.
El capitán rompió el silencio:
—¡Somos viajeros del Segundo Planeta del Sistema Solar! ¡¿Hay alguien aquí?!
El grito se perdió en la llanura.
Habían llegado tarde. Un minuto, un día, un millón de años tarde...

martes, 16 de abril de 2013

Una araña y un teclado

Soy varios miles de veces más grande y también más inteligente que esa araña, aquella que conocí y temí al sabotear mi primer acto de ilusionismo, aquella a quien insulsamente creí vulnerable al intentar pisotearla, aquella que ahora me demuestra que todas y cada una de mis premisas eran erróneas.

El Dr. Jekyll no podía existir sin Mr. Hyde. Es parte imprescindible de la esencia humana tener una contraparte maligna, latente y expectante, lista a atacar cuando bajen las defensas del cascarón respetable y admirado por los otros. Los orientales creen en el Ying y en el Yang, en que el equilibrio universal se conserva manteniendo en pares balanceados la bondad y lo detestable, que cualquier otra configuración es receta infalible para el caos. Ahora entiendo que el Dr. Jekyll era una máscara, que los orientales también están equivocados, que el verdadero personaje de R.L. Stevenson era y siempre fue Mr. Hyde.

Me atrevo a afirmar que razonar es un acto de maldad pura e insondable.

La araña que otrora cayera en una tecla Enter como preludio del fracaso en mi magia y que alguna vez se postrara en el Mi bemol que daba inicio a la más magnífica de mis armonías -mostrándome que es el ancho de una tecla lo que me separa del abismo- ahora desciende, una volta in più. Mas no intentaré escapar, no haré tentativas de enfrentarme a ella. Es imposible deshacerse de quien controla toda la danza de siniestros cortocircuitos en mi pensamiento. Es tarea estéril arrancar de mi diafragma a quien marca el ritmo y las síncopas de mi respiración. Es un ensueño estúpido ilusionarme con abandonar mi esencia. La araña en mis teclados es mi Mr. Hyde. O mejor, soy su Dr. Jekyll.

Soy el caos. Soy Betelgeuse en espectacular e indescriptible explosión cósmica.

Ahora, junto a ella, mi acto de ilusionismo está completo y es perfecto, mi armonía es mejor que las de Tchaikovsky y el espectáculo ha tenido el más sorprendente de todos los finales posibles. Y de nuevo, mis desconcertados espectadores de turno no sabrán cuándo aplaudir.