lunes, 6 de octubre de 2014

El barquero del río Estigia

—¿Qué piensa usted que está haciendo aquí?
—Remo.
—¿Acaso sabe en qué lugar se encuentra?
—Nunca me ha importado.
—¿Cómo?
—Soy un errante, nunca me ha interesado en dónde estoy ni a dónde voy. Solo quiero navegar.
—¿No teme encallar, quedarse varado y perdido en una isla desconocida? ¿Y el naufragio? Un hombre como usted no tendría muchas oportunidades en mar abierto.
—Tengo experiencia, esto es lo único que sé hacer. Y lo sé hacer muy bien, mejor de lo que cree.
—Pero... usted está ciego.
—Ya le dije, no me importa en qué lugar me encuentre, desde que mis manos puedan sentir los remos y mis oídos escuchen el romper de las olas.
—Así que le da lo mismo si este es el Mediterráneo o el río Estigia.
—¿Cómo podría yo navegar por el Estigia? ¿Cómo podría alguien hacer tal cosa?
—No lo sé, explíquemelo usted.
—Ya le dije, no me interesa. Solo pienso en navegar.
—Está bien. No quiero importunarlo, y menos cuando usted se muestra tan dispuesto en hacer el trabajo que me corresponde.
—¿De qué habla?
—Nada, ignóreme. Disfrute su llegada a puerto.
—Jamás volveré a tocar puerto.
—Como sea. Tenga cuidado, estas aguas son traicioneras.
—Gracias.

Caronte dejó entonces al ciego a su propia suerte en la pequeña barcaza y se lanzó raudo al encuentro del siguiente en cola. Estaba seguro de que la próxima alma no estaría tan dispuesta a cooperar.