jueves, 11 de octubre de 2012

Cosecha


ESTA TIERRA YA no es la mía. Estos campos frondosos y las flores de la mañana ya no me susurrarán esperanza, no volveré a acurrucarme ante sus pétalos. La hierba tupida ya no crepitará cuando me abra paso con un azadón gastado. El azadón seguirá recostado en la pared. Seguiré anhelando abrir el verde mar de mis praderas y deslizarme sobre sus olas. Nunca más plantaré una vida. Los días de emular al creador, viendo nacer la vida del barro mismo, se terminaron. Esta tierra ya no es la mía. Y ya no tengo nada que lamentar. Los cartuchos fueron vaciados y litros de sangre fueron derramados. Solo me queda esperar la muerte. En cualquier momento golpeará a la puerta y se entrometerá por la fuerza en mi pecho desvalido. Ya una bala está marcada con mi nombre. Mi tierra, lo único que realmente tuve, ya no me pertenece más. Ahora es tierra de guerra, de muerte, tierra de nadie. A mí ya no me atañe preocuparme más por ella. Es momento de aguardar. 

miércoles, 10 de octubre de 2012

El chapucear de las gotas


LOS GUIJARROS RODABAN cuesta abajo. Ensordecedores estruendos orquestaban la lluvia más intensa que haya caído jamás en las montañas.

El golpeteo inclemente de las gotas en los techos de las carpas contagiaba sus propios ritmos a los corazones militares, ordenándoles latir al compás de la lluvia. Los fusiles yacían dormidos en las carpas de sus amos. La luz danzante de las velas daba una tenue ilusión hogareña al resguardo improvisado. Algunos hombres leían cartas femeninas, otros secaban diligentemente sus calcetines empapados de sangre inocente y unos tantos revivían los aconteceres de la masacre. La soledad de las montañas, el baile taciturno de las velas y el chapucear de las gotas arremolinaron de pesadumbre y vacío a treinta y seis  almas, distribuidas en diez albergues.

En la carpa del Sargento Primero no había vela, ni fusil, ni subalternos. Solo un hombre, sentado sobre una manta y palpando la oscuridad. Escuchaba en las goteras nocturnas el traqueteo de los fusiles, bramando, lastimando, asesinando seres sin culpa. Sentía en los truenos celestiales las gargantas de los inocentes, rasgándose en gritos de dolor y clamores de piedad. Algo dentro de sí le decía que no debió ordenar a sus hombres halar del gatillo.

La humedad del aire apagó, una a una, las luces temblorosas de las carpas subordinadas. La culpa abrazó a todo el pelotón, como una madre lo haría con sus desprotegidos hijos. La culpa los arropó y los unió a todos, susurrándoles «No estás solo. Tus cursos sienten lo mismo que tú. Todos están juntos». En la noche oscura y con las gotas golpeándolos directo al alma, los soldados concentraron sus fuerzas en desear que cada bala disparada regresara a su cartucho. Desearon que cada corazón campesino dejara de derramar su sangre en la tierra que ellos habían bañado de muerte.

Las lágrimas rompieron con la dureza de treinta y seis rostros ajados. 

jueves, 23 de agosto de 2012

Los disidentes

—¡Las calles están atestadas de personas caídas! Hombres, mujeres, niños, las ancianas y sus bolsas de supermercado, ¡todos cayeron! Los autogiros, ¡zas!, al suelo como moscas envenenadas. Las aceras deslizantes se detuvieron, quietas por completo. ¿Puedes acaso figurarte lo que es una acera quieta, totalmente quieta? Te lo juro, Anna, todos caían a mi lado. Y sus miradas, oh, sus miradas, ¡no había brillo en sus ojos! ¡Estaban muertos!

—¿Me dices que las aceras no se movían? Estás diciendo un montón de tonterías.

—¡Maldita sea! ¡Yo lo he visto con mis ojos, yo estaba allí! ¿No te has conectado al visor mental esta tarde?

—No he tenido tiempo, los oficios de la casa...

—¡Entonces no me digas que son tonterías! Tú no has recibido el informe del estado magnético, no has pensado las noticias. Te lo digo, mujer, todo es culpa del chip. ¿Ahora ves que quitarnos ese condenado aparato no fue una insensatez? Ese maldito chip los ha destruido, ¡los ha matado a todos!

—Estado magnético, chips asesinos, aceras inmóviles y quién sabe qué más imposibilidades está creando tu mente. No te entiendo nada, John. Dime qué está ocurriendo allá, o me temo que tendré que colgar. Los niños, ya van a llegar y yo...

—¡No cuelgues, por favor! Escucha con atención: Deja a los niños, no, enciérralos. Corre a la tienda de la señora Parsons y hazte a todo lo que puedas, nadie estará cuidando la puerta, los Parsons debieron haber caído también. ¡Toma todo lo que puedas! Regresa y cierra la puerta con llave. Habrán algunos disidentes que sobrevivieron y querrán quitarte los víveres. No le abras a nadie, ¡a nadie! No permitas que los niños se asusten, tranquilízalos.

—¡Ya no digas más estupideces, por amor de dios! ¡Si no me cuentas lo que está pasando allá, te aseguro que voy a cortar la maldita videollamada! Así que empieza por contarme por qué no funciona tu dispositivo de video.

—¡Es el sol! Un anciano ha salido en el Notidiario del visor mental esta tarde. Lo han dejado hablar al aire, a pesar de ser un disidente, uno de la resistencia. Tenías que haberlo pensado. Te conectas a ese estúpido aparato todas las tardes, ¡Todas las tardes menos esta! ¡Mierda!

—¿Te refieres a uno de esos locos anarquistas que protestaban contra el chip? ¡Déjate de rodeos, John! Si querías ponerme los pelos de punta, lo has logrado.

—¡Sí, mujer! Uno de esos locos dijo que la tormenta solar mataría a todos. Uno de los que nos arrancó el chip identificador a nosotros y a los niños. ¿Lo recuerdas? ¡Mírate, le debes la vida a la cicatriz que te hizo uno de esos disidentes que tanto odias! ¡Gracias a ese, tu y yo seguimos en pie! Oh, fuimos tan ingenuos. Era solo cuestión de tiempo. Todos en este maldito país hemos escuchado los informes del estado magnético y del bombardeo solar, y aún así hemos accedido a instalarnos estos chips.

—¡No puede ser! ¿Acaso no acabas de decir que todo esto es por culpa del sol? En el Notidiario del visor mental de ayer advirtieron sobre una posible tormenta solar. No estarás insinuando que...

—¡La maldita tormenta solar hizo fallar todos los chips! Muchos aparatos electrónicos se quemaron, los autogiros, los bancos electrónicos, las aceras móviles. Pero los chips, ¡Mierda! Los brazos de todos los que tenían el chip se quemaron. ¡Estaban negros! Es como si hubiesen fabricados esos infernales aparatejos para colapsar en la tormenta. Supongo que el controlador cardíaco del chip fue lo que los mató, a todos.

—No puede ser posible, lo habrían advertido en el visor mental. ¿Por qué habrían de instalarnos a todos un condenado aparato capaz de matarnos?

—¡No lo sé, Anna! ¡No lo sé! Tal vez la resistencia tenía razón. Tal vez nos querían a todos muertos...

—¿Para qué demonios nos querrían matar a todos? ¿Y cómo es que no han hecho nada cuando nos hemos quitado los chips?

—No lo sé, mujer. ¡No sé por qué lo han hecho! ¡Solo sé que todos han caído! ¡Deja de hacer preguntas y cuando lleguen los niños, ve a la tienda de la señora Parsons! Trataré de llegar a casa mañana en la noche, procura que nadie te vea en pie por la calle.

—¡Deja de darme órdenes! Si todo lo que dices es verdad, ¿Qué se supone que vamos a hacer? Dices que nos quieren muertos a todos ¿Y si alguien nos descubre? ¡Dime de una maldita vez qué tienes pensado hacer!

—Esperaremos, hasta que lleguen a nuestra puerta, supongo que entonces será nuestro turno de caer. Por ahora, ¡haz lo que te digo, mujer!

lunes, 6 de agosto de 2012

El Mensaje

No había espacio para caminar por ninguno de los corredores del Instituto. En su cuarto de siglo en operación, era la primera vez que un alboroto de semejante magnitud había sacudido a la comunidad científica que trabajaba allí. A fuerza de empujones y codazos, el doctor Kingston logró entrar en el auditorio número 101, el recinto más grande del Ala de Identificación y Caracterización de Señales Extraterrestres, CIETS (por sus siglas en inglés). Dicha ala estaba compuesta por un grueso de 56 oficinas, 8 laboratorios de análisis ondulatorio, 3 auditorios y una gran sala, en donde se alojaba el servidor Rosetta, del cual todos los científicos del Instituto se jactaron algunos años atrás por ser el más potente del mundo. Pero ahora no había tiempo para jactarse de nada, la fuerza del extraño y esperado acontecimiento concentraba todo el espectro de las emociones humanas en las zonas del asombro y la euforia.

Los gritos incesantes y el artificioso ruido de los papeles llenos de datos, ondeándose en manos de toda la élite científica mundial, no dejaron concentrar por más de dos minutos al exaltado Kingston. Ni siquiera el rumor lejano del jazz en los altoparlantes del auditorio logró silenciar los gritos de incredulidad. La satisfacción general estaba ciertamente muy lejos del escepticismo natural en los hombres y mujeres de ciencia. Dos tazas de té indio fueron necesarias para amilanar el temblor ansioso de sus manos, pero no fueron capaces de menguar el sudor y los nervios. De todas formas —pensó—, ninguna sustancia tranquilizante en el mundo apaciguaría el fuerte oleaje en su mar de sensaciones encontradas. No podía definirse entre la euforia, la satisfacción, la ansiedad, los nervios y un cierto dejo de miedo. El doctor Ryan Kingston, nada menos, estaba a punto de responder a la madre de todas las incógnitas del ser humano.

Antes de regodearse en su inconmensurable éxito, y en extensión, el de toda la humanidad, la mente del doctor hizo de manera casi autómata, un recuento de los severos años de trabajo que lo condujeron a la obtención de El mensaje. Exactamente, hacía apenas dos días, se habían cumplido 28 años de frustraciones y esfuerzo sin frutos. El trabajo de Kingston consistía en localizar sistemas planetarios cercanos a la Tierra y enviar ondas EHF (o de frecuencia extremadamente alta) con una secuencia de frases simples en clave morse, esperando ser respondidas. En los meses posteriores a la creación del Instituto de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre SETI, y de la construcción del ala CIETS, cuando aún el gran servidor Rosetta era menos que un par de esbozos en hojas maltrechas, el Instituto captó una señal inusual.

—Kingston, Ryan, Unidad de análisis 39 de señales ET. Informe de resultados. Estudio de Señal Anómala 1984-1.—La jerigonza científica que se debía usar en los informes oficiales se asemejaba incómodamente al rígido balido de un militar — Fluctuación de onda radial en el intervalo 44000 KHz - 68000 KHz proveniente de Sistema A. CENTAURI respondida. Mensaje terrestre enviado repetidamente con clave de decodificación. Mensaje terrestre no respondido. Fin del estudio.

El limitado lenguaje de los informes oficiales del SETI no disimulaba del todo la decepción, que en el caso de Kingston, era también el único resultado de un sinnúmero de repetidos fracasos. La señal inusual fue localizada y respondida dos veces cada día, durante dos años. Finalmente, el mismo Ryan decidió abandonar su misión. El universo es abrumadoramente vasto para desperdiciar esfuerzos en una cabeza de alfiler. Algo menos de tres décadas y media vida repleta de los fracasos de un brillante pero poco suertudo profesor, fueron necesarias para consumar un único triunfo. Sin duda, el mayor en la historia de la humanidad.

Kingston dio pasos temblorosos, con la cautela propia de quien camina hasta la cima del podio olímpico, queriendo disfrutar de cada paso y extraviando su misma cordura en la electricidad del aire glorioso. Ninguno de los trescientos cincuenta asientos privilegiados del auditorio 101 del CIETS-SETI estaba vacío. Todos los seres humanos habrían pagado una fortuna por un lugar en el recinto. Evidentemente, solo un puñado de ellos serían testigos directos del histórico comunicado que se daría en tan solo unos segundos.

Durante un segundo eterno, Kingston estuvo en silencio, frente al micrófono. Carraspeó y con la voz más clara, empezó a delinear la nueva historia de la humanidad:

—Damas y caballeros, hombres y mujeres de ciencia. Seré breve. Toda la experiencia del ser humano en el universo converge en este momento, aquí, ante todos nosotros. No tengo ninguna duda al aseverar que este instante cambiará radicalmente el curso de nuestras vidas. El gran servidor Rosetta, del cual todos ustedes han escuchado y que se encuentra bajo mi jurisdicción, en un comportamiento errático localizó una señal anómala en cercanías del sistema Alfa Centauri, similar a la que fue menester de toda la atención mundial hace ya casi tres décadas.  El protocolo de acción algorítmica de Rosetta envió un mensaje en clave morse con nuestra identificación y un saludo, y las instrucciones binarias para la interpretación de la clave. —El auditorio sabía de antemano todo lo acontecido en el SETI durante los últimos días, y era simple protocolo escuchar el recuento.— La señal, damas y caballeros, fue respondida cuidadosamente por nuestros hermanos del espacio. Hoy, con gran orgullo y honor —Los aplausos incontenibles y las lágrimas de emoción de los trescientos cincuenta afortunados hacían casi inaudible la voz de Kingston — anuncio oficialmente que tenemos evidencias claras, de que el hombre no está solo en el universo.

La propia voz del anciano doctor encargado de dar la noticia tembló. Aún faltaba desvelar la fracción más importante del comunicado. Kingston volvió a aclarar su voz.

—Rosetta ha interpretado el mensaje proveniente de nuestros hermanos de las estrellas, y por vez primera, todos nosotros seremos testigos de la primera comunicación entre humanos y alienígenas.—Una mano se estiró hasta el estrado, sosteniendo una delicada hoja de papel caro. Todos los rostros presentes iluminaban de satisfacción, excepto uno. Un alma pasó en medio segundo de la euforia a la amargura, en violenta caída libre. El auditorio tardó en entender el mensaje tácito y lúgubre que el doctor Ryan Kingston dio con el decaimiento de su expresión. Tomó aire y se preparó para dar el mensaje,copiosamente enviado por los hermanos de las estrellas:

—«Pedimos disculpas, seres del planeta Tierra. No estamos interesados en establecer relaciones con su especie primitiva.»



@FitoPez

miércoles, 18 de julio de 2012

A propósito de la situación en el Cauca

Lo que paso en el Cauca deja varias lecciones:
.. La opinión del grueso de la población no se construye por un proceso de análisis sino por los "sentimientos" creados por los medios de comunicación, principalmente de los grandes difusores de información.
.. El grueso de la población sigue teniendo la misma actitud doble-moralista que nos caracteriza, me explico: nos indigna lo que hicieron los indígenas (decirle no a la guerra y a los actores armados de la misma) ayer y pobresitos los soldados porque uno salio llorando, pero no nos indignamos con los falsos positivos, con la corrupción, con la desigualdad, con la pobreza, con la crisis de los sistemas de educación, salud y judicial, por la megamineria, por la violencia familiar, por la misma indiferencia de todos nosotros ante una realidad cada dia mas fria y desoladora.
.. Aceptamos la violencia del estado, pero rechazamos la indignación que esta misma causa, sin ni siquiera cuestionarnos a nosotros mismos que es lo legitimo.
.. Seguimos siendo una sociedad que juzga sin conocer, cuantos de nosotros conocemos la historia del conflicto del Cauca? o la cosmovisión de los indígenas?, o lo que para ellos representa la guerra y la violencia(tanto del estado como de grupos ilegales) en sus territorios?; seguimos juzgando a los indígenas sin ni siquiera preocuparnos por entender el por que de sus acciones, o elegimos simplemente creer en los argumentos que vemos en la televisión.
.......Y podría seguir escribiendo, pero sé que no importará, sé que pocos lo leerán y que aun menos estarán de acuerdo con lo expresado; de todas formas un saludo para todos y feliz noche, tal vez me indigné tanto porque se acerca el 20 de julio que seguimos celebrando como el día de la independencia, ilusos que somos...


Pedro Alejandro Mendoza. http://www.facebook.com/alejomen2

jueves, 5 de julio de 2012

A propósito de "LAS 7 VENTAJAS DE LA GORDURA"

Señorita Azcárate, esto que escribo dirigido a usted, no es más que una protesta por la aberración cometida en su columna de la revista femenina Aló.

No pude evitar sentirme indignado y ofendido por su opinión acerca de las mujeres gordas, teniendo en cuenta que mi propia madre es una mujer "gordita" y algunas de mis amigas también lo son. No quiero entrar en detalles  acerca de sus aberrantes y arcaicas ideas acerca de la apariencia física y su impacto en la mente masculina. Simplemente cito este fragmento, que me pareció especialmente ofensivo:

 “Se sienten como unas princesas ya que ellas sí conocen de cerca la verdadera caballerosidad. Los hombres les ceden el puesto por miedo a que se les sienten encima, las miran con ternura para evitar una agresión, les sonríen, las saludan con palmada en el hombro, les corren la silla porque no caben, les abren la puerta del carro para cerciorarse de que sí entran y no las morbosean porque rayarían con la aberración”


Me cuesta creer que una persona, infortunadamente ignorante como usted, tenga un espacio en una revista especializada para la mujer. Muchas de las lectoras de esa revista son —como usted peyorativamente las califica— gordas. Me cuesta creer que, en un acto de descarado cinismo, utilice como frase introductoria al artículo la siguiente: 

"Confieso que formo parte de las víctimas de esta sociedad que nos bombardea con esquemas específicos de belleza a través de los cuales la delgadez es un ideal".

¿Es usted víctima o victimaria? Usted, señorita Azcárate (si es que vale el título) es en realidad una de tantas niñitas vacías de cerebro, una Barbie criolla cuyo único fin es verse "bonita", pues usted solo vende a través de su cuerpo. No es precisamente por talentosa que usted cuenta con espacios como el de la Revista Aló, o sillas de jurado en realities de alto rating y bajo contenido. No es un secreto que sus habilidades literarias son precarias. Me permito usar uno de tantos atentados al idioma para ilustrar mi punto:

"De cuándo acá es una novedad decir que es mejor ser flaca que gorda? Si están tan felices así entonces qué alegan? Besos desde Paris".

Por favor, no se justifique a sí misma diciendo que en las redes sociales la ortografía no se usa, aunque en personas retrógradas como usted, no se me haría extraño. Volviendo a la pregunta inicial, pienso que usted es victimaria en un sistema de apariencias y productos de belleza, cuyo único fin último es el vender mil y un formas de belleza plástica. Tal vez su medio, tan falso y plástico como lo es la TV, ya absorbió su imaginario individual y lo reemplazó por la máxima "es mejor ser flaca". Supongo que ser flaca le ayudó a escribir su mediocre Descárate con la Azcárate, o a ser "irreverente" en televisión. Supongo que con unos kilos de más, nunca habría podido graduarse del Liceo Francés, o que tal vez por haberse comido una porción de pastel y aumentar dos kilos, la expulsaron de la UniAndes. 

Estar gordo o ser flaco no es una cuestión de satanización, ni es motivo de rechazos o juicios a priori. Es aún más irracional juzgar a una persona por su apariencia física que por su raza o sus creencias. Lo que no me parece irracional es juzgar a una persona por su ignorancia, pues al final, lo único que verdaderamente importa es lo que hay en el pensamiento. Evidentemente, sus pensamientos son un reflejo de su apariencia física: flacos. 

No creo que tenga mucha validez lo que escriba una mujer que se ha hecho operaciones para alterar su apariencia física, lo que demuestra —y corrijo mi tesis inicial— que usted, más que una victimaria, es un títere de la industria de la belleza. Sin embargo, exijo una disculpa pública por el daño que hace a tantas mujeres con escritos como el publicado por la revista Aló. Lastimosamente, personas como usted son influyentes, y no se dan cuenta del daño que hacen al escribir barbaridades así. 

Si cree que le falto al respeto con lo que acabo de escribir, piense que le estoy devolviendo un favor.

@FitoPez.

miércoles, 27 de junio de 2012

Dios es una cuestión de ignorancia, y la religión una cuestión de geografía

He leído muchas historias de ateos que se hicieron creyentes, o creyentes que pasaron de la religión del Pato Donald a la del Perro Pluto. Todos estos personajes curiosos a quienes un ser imaginario les cambió la vida empiezan con un testimonio. Así que yo mismo haré uno:

Yo mismo era un joven muy creyente, nacido en una familia católica y educado bajo los valores católicos. Me repugnaban, al igual que muchos católicos, los creyentes de otras religiones. Justificaba ese asco irracional con frases como: "Los respetamos, pero no compartimos su ignorancia". Fui acólito y cantaba en el coro parroquial. Mi familia aún espera un sacerdote. Mi mamá trabaja como secretaria en una parroquia y casi todos los miembros de mi familia están en grupos eclesiásticos. Nunca faltaba a misa un domingo, y durante las homilías, me hacía preguntas e indagaba en mi ignorancia para reafirmar mi fe. Resulta que la fe no admite preguntas, y mi extrema curiosidad. Los conocimientos que adquirí para responder mis preguntas me llevaron, invariablemente, al ateísmo. Ahora soy un ateo feliz de no tener yugos de ignorancia en mi mente, afortunado de no rezarle a seres imaginarios y satisfecho por los conocimientos que afirman mi ateísmo. 


Abordar un tema tan complejo como lo es la no existencia de dios (en minúscula) en tan solo una entrada de blog es algo absurdo, así que solo voy a pasar por encima de los argumentos principales que apoyan mi tesis. No voy a usar los vicios de las iglesias alrededor del mundo como elemento probatorio de la no existencia de dios, pues dichos vicios son solamente producto de la ignorancia, las contradicciones y la falsa moral producto de la idea de "dios". Seré breve, pues leer una entrada de blog es algo que aburre después de los 5 párrafos.

Una vez leí la siguiente frase: "Si no existiera un dios, no existiría en el ser humano el instinto de orar buscando su protección". Esta frase fue precursora de una pregunta clave: ¿De dónde viene el instinto humano de orar a un dios? La respuesta que daría un creyente es "Del mismo Dios" (en mayúscula). Una respuesta un poco más racional, ajustada a la realidad y coherente (características que contradicen a la fe) es que el instinto de orar a dios surgió a partir de la ignorancia humana.

Para desarrollar el postulado anterior, es necesario hacer un breve recuento histórico del nacimiento de las religiones. Aún no se sabe con exactitud en qué momento el ser humano empezó a crear civilizaciones ni a cultivar, pero lo que sí es bien sabido es que el hombre, nuevo en el mundo, era ignorante de los fenómenos que afectaban su ambiente. Por ejemplo, no se tenía certeza de por qué llovía, así que alguien dijo que llovía porque un ser superior enviaba la lluvia para hacer crecer sus cultivos y dar de beber a sus cabezas de ganado. Como era la mejor explicación, y también la más fácil, se asumió como verdad. Similares soluciones surgieron a partir de inquietudes como el movimiento del sol en el firmamento, la luna, las estaciones, y la magnánime de todas las preguntas: ¿Cómo llegamos a este mundo?

No es mi propósito ilustrar al lector en filosofía. Supongo que alguien interesado en el tema podría leer a Aristóteles, Santo Tomás, Berkeley, Platón, entre otros idealistas, y a Heráclito, Tales, Demócrito, Bacon, Spinoza, Engels, entre otros materialistas. La cuestión de dios se reduce a responder la siguiente pregunta: ¿Pensamos porque somos o somos porque pensamos? Dicho de otra manera, sería ¿Existen las cosas porque las percibimos, o las percibimos porque existen? La respuesta a esa pregunta perfilará al lector como idealista o materialista.

Como dije anteriormente, no es mi propósito ilustrar en filosofía, pues mis conocimientos al respecto son débiles. Solo quiero resaltar que, llevadas al extremo, el materialismo conlleva invariablemente al ateísmo, y  el idealismo implica, también necesariamente la creencia en dios. También, desarrollar el idealismo conduce a un absurdo: el solipsismo (Solo existo yo, todo lo demás es producto de mi pensamiento). Tenemos claro que nuestra capacidad de pensar radica en que poseemos un cerebro, capaz de aprender, recordar y percibir, y de conectar lo aprendido con lo recordado y lo percibido por medio de pulsos eléctricos, generando el pensamiento.

Abandonando un poco el aspecto filosófico y perfilándome como materialista, cabe destacar que muchos de los fenómenos desconocidos por el hombre y responsables de la creación de dioses, fueron desmantelados por medio de la investigación y el conocimiento de nuestro mundo. Ahora sabemos que llueve por una condensación de las partículas gaseosas de agua en las nubes, o que no es el sol el que se mueve en el firmamento, sino la Tierra que rota sobre sí misma genera tal ilusión. Mi punto es que el hombre creó a sus dioses usando su ignorancia como materia prima. En otras palabras, "dios" es la explicación que le da el hombre a un fenómeno que no es capaz de explicar por métodos racionales.

También es importante anotar que dios es el falso consuelo a la debilidad humana. Acogerse a dios es más fácil que admitir la realidad, enfrentarse a la muerte o a las enfermedades. La idea de que dios nos dará vida eterna, que promulgan todos los creyentes, es el más miserable y cobarde escape de la realidad de la muerte. Pocos son los seres humanos que quieren morir. La mayoría quiere vivir, y quiere prolongar su vida al extremo, de hecho, la mayoría teme a la muerte. ¿Qué mejor alternativa para escapar de la muerte que creer en una vida después de la vida? Sin la idea de vida después de la vida, ni recompensas o castigos por lo hecho en nuestro paso por el mundo, dios sería inútil.

El ser humano desarrolló y amplió su conocimiento del entorno en el que vivía, del mismo modo en que desarrolló y amplió la idea de "dios". De ahí surgieron las religiones. Es notable que todas las religiones predican que el pueblo en donde esta se originó es el pueblo elegido por dios, y que dicho dios le da a su pueblo una misión, una recompensa y una serie de mandatos, así como escrituras "sagradas".  Hay que anotar también, que dichas escrituras sagradas no son más que la recopilación de los mitos que explicaron los fenómenos inexplicables, y un recuento de las consecuencias de creer en dios. Si el lector está interesado, podría leer Fingerprints of the Gods o Return to the Stars. Ambos libros presentan una alternativa interesante, aunque un tanto alocada, que explica el surgimiento de la idea de dios.

Ya teniendo multitud de dioses con diversos poderes y distribuidos a lo largo y ancho del planeta, podemos afirmar que Dios es una cuestión de ignorancia, y las religiones una cuestión de geografía. Nací en Latinoamérica, es decir, debería ser cristiano. Si hubiera nacido en medio oriente sería musulmán, o si hubiera nacido en Europa, bien sería judío o cristiano.

Finalizo mi breve recuento del recorrido intelectual que me condujo al ateísmo diciendo dos cosas. La primera es que Pascal es un cobarde descarado, una vergüenza para el materialismo y para su gremio: la ciencia. Su apuesta de "Si creo en dios y existe, me habré salvado. Si creo en dios y no existe, no habré perdido nada" es lo más cobarde, simplón y mezquino que haya leído como argumento para justificar la creencia en dios.

La segunda cosa que quiero decir, para finalizar mi escrito, es que liberarme del yugo de "dios" ha sido lo mejor que me ha podido ocurrir. Volviendo a la apuesta de Pascal, si creo en dios y no existe, habré perdido entendimiento, le habré puesto límites a mi mente y habré sido un cobarde ignorante en vida. Dios no es excusa o motivo para obrar bien, y una recompensa en el "cielo" por una buena acción, o un castigo en el "infierno" por una mala acción son muestras de que los creyentes son solo utilitaristas cobardes. Actuar bien solo por una posible recompensa, o aguantar algún mal momento de la vida solo para ganarse el cielo lo hace la misma persona que presta dinero solo para cobrar los intereses. No actuar de forma indebida por miedo al infierno es una actitud de cobardes. ¿Que sin dios la vida no tiene sentido y no importa si somos buenos o malos? ¡Al contrario! Sin dios, lo único que importa es lo que hagamos en este mundo, lo cual es un mejor motivo para actuar bien que hacerlo esperando una recompensa en el cielo.

Finalizo, anotando que la idea de dios (cualquier dios) exige un "cielo" y un "infierno".

Jerson Lizarazo.

domingo, 3 de junio de 2012

Un día en la vida

Hoy leí las noticias en el periódico. Un gigantesco hoyo surgió en la calle empinada del suburbio. Nadie se explica de dónde salió, ni qué diablos hace un hoyo allí. Estuve tentado a ir hasta esa calle, y aunque está a un par de cuadras de mi apartamento, hoy no tengo ganas de caminar. Me conformo con leer que los estúpidos transeúntes ahora saben cuántos metros de vacío llena un hoyo creado por la nada.

En la columna colindante de mi primera plana, la ex reina de belleza está enjaulada. Las letras tipografiadas en negro la encarcelaron por fraudulenta: tomó sin permiso el dinero de los pobres y compró repuestos para su cuerpo de plástico. Pensó que nadie notaría el engaño, pero sus nuevas tetas y el arsenal de vestidos que las enmarcaron por varios años no pasaron desapercibidos. Bueno, al menos eso dicen las letras de la prensa que ahora la encarcela. Agarro un pedazo de pan sin levantarme de mi cama y, sin terminar de leer la noticia, recuerdo a María Antonieta con su máxima: Entonces que coman pastel.

Pastel. Hoy no tengo ganas de pastel. La nevera que compré hace apenas unos días es testigo de mi soledad absoluta. Soledad es el pastel de mi cumpleaños con solo una pieza cortada, que ahora se congela bajo el rigor del frío eléctrico.

Me levanto. No, me caigo de la cama y me tomo un café en la sala desordenada. La puta dejó sus medias en mi sofá. Las alejo de mi presencia recordando cómo se las quité anoche, embriagado de pasión enferma y transmitiendo mi soledad en cada caricia áspera y fría. No hay nada más grotesco que el sexo con una puta, es la belleza hecha violencia, es el arte hecho basura, el brillo viscoso de los gusanos. Sirvo otra taza de café y el negro rumor de su aroma como esmog, se complementa con su delicioso y reconfortante sabor a aceite usado de motor.

Sigo leyendo mi periódico. La Corporación se ha robado el alma de todas las mujeres, devoró toda la esencia y la nívea pureza femenina y defecó en asquerosa respuesta un estante de cosméticos. Pongo el periódico en la mesa de noche, corto el papel ácido a la mitad, lo pongo bajo mi lengua y es hora de viajar. Ahhh, ahhhh, ahhhh. 

domingo, 29 de abril de 2012

Tres conejos en un árbol


No era un día normal en la vereda. Don Jairo y el caballo resabiado que les quedó en herencia a él y a Mariana salieron a las 7 de la mañana, siguiendo la costumbre de Paloma –que en paz descanse- de pisar solo las piedras sobresalientes del camino embarrado que terminaba a dos cuadras de los adoquines de la plaza del pueblo. Mariana se quedó dando de comer a los tres conejos que, medio año atrás, habían hecho sendas madrigueras en las tierras de Jairo, haciéndose al derecho inexpugnable de tener su hogar en donde su salvaje instinto les ordenara.

Mientras resguardaba sus alpargates de fique nuevos de la odiosa intromisión del barro, y luchaba ocasionalmente con el caballo terco, Jairo recordó en un suspiro amargo a su Paloma.  Ella sabía ponerle las riendas al caballo para que no protestara incomprensiblemente con su relinchar. Cuando Paloma extendió sus alas a la otra vida, el rebelde animal rozaba los tres años y ella los veintisiete. El doctor  le había recomendado internarse en el Hospital Municipal para facilitar la atención de su parto riesgoso.  —El palo no está pa’ cucharas— recibió el galeno por respuesta, antes de verla salir apresurada por el porche destartalado de su despacho. En el pueblo nadie se preocupaba por asuntos médicos. Nadie se preocupaba por nada, excepto por la blancura del nevado, la pureza del Río Cóncavo y la muerte, halcón que abrió sus garras en el vientre de aquella paloma sin dejarla alimentar a su hija por primera vez. De su esposa, a Jairo solamente le quedó el caballo y el recuerdo de su sonrisa en el rostro de Mariana.

Toda la felicidad y la tristeza de un hombre caben juntas en un suspiro. Jairo se incorporó y haló con fuerza al viejo animal que no sabía de nostalgias ni melancolía. No era un día normal en la vereda. No era un día normal en todo el pueblo. Los campesinos y sus congéneres vistieron sus mejores ruanas y compraron alpargates nuevos para la fecha más importante de la historia del pueblo, hasta Mariana usó un sombrero nuevo ese día y si los caballos y los conejos debieran ocultar su desnudez, ese día lo habrían hecho con sus mejores ropas. Unos hombres gringos, europeos y alemanes –porque en un pueblo sin tiempo ni dinero para la geografía, Alemania y Europa no tienen nada en común- llegaron con complicadas máquinas y barriles de sustancias desconocidas, acompañados por los discursos y las promesas de desarrollo que al fin llegaron a un pueblo que las esperaba desde antes de saber de industrias y de progreso.

El Ministro de Minería, con el guiño del mismísimo mandatario nacional, que se resguardaba de la menuda llovizna de aquel sábado en un toldo oficial de la alcaldía, garrapateaba en sus apuntes recitando datos que Jairo no entendía.

—Por fin los de la capital se acordaron di’uno, repitió en su mente mientras trataba de entender cifras incompresibles. No obstante, fue automático el fruncir del ceño cuando un pálido gringo de casco amarillo miró en dirección al nevado que daba la naciente del Río Cóncavo, mientras un traductor de voz tímida señaló que era necesario desaparecer la maravilla blanca para extraer un metal extraño y muy valioso que se encontraba en el corazón de la montaña.

—Por el bien del pueblo, del departamento y de toda la nación, aclaró a viva voz el presidente, y prosiguió: Infortunadamente, no contamos con la maquinaria necesaria para extraer las riquezas de nuestro suelo, pero estos ingenieros y técnicos extranjeros, totalmente capacitados…

—¡Con nuestra tierra no se metan, malditas alimañas!

Un alarido desgarrador cortó de tajo el discurso lleno de falsas esperanzas que vociferaban los enormes altavoces traídos de la capital. De repente no era un solo hombre contra los altavoces, la gritería era de todo un pueblo contra el gobierno parasitario y mezquino que les hablaba  por tan extrañas cajas negras gigantescas. El Río Cóncavo era el motor del pueblo.  El nevado, tan sagrado para los campesinos como la pureza de sus propias parcelas, debía defenderse con la vida. Jairo se olvidó de su caballo y de la cita con el veterinario del pueblo a las once de la mañana para agarrar su machete y ondearlo al cielo en grito de guerra. El presidente, sin despeinarse, murmuró algo a un hombre de traje y lentes negros antes de subir a una máquina que se alzaba por los aires y que ningún campesino había visto antes.

Mariana perdió cinco minutos quitándose sus zapatos nuevos para entrar al cultivo de lechugas, fruto del sudor de la frente de su padre. Se hizo a un jugoso y fresco premio, y con el fervor de una madre que cuida de sus hijos, la niña desarticuló hoja a hoja la lechuga y la dio a comer a cada uno de sus conejos. La lluvia había amainado y su inmaculada alma infantil tenía ganas de entonar una canción.

Los policías, con sus armaduras negras y emulando a un batallón de ángeles de la muerte, irrumpieron en la plaza con sus venenosas bombas de progreso. El ruido metálico de los machetes cayendo uno a la vez en los adoquines, se hizo más estruendoso que los altavoces del mandatario y después de seis explosiones consecutivas, todo fue silencio.  Ocasionalmente, se escuchaba uno que otro lamento desesperado por el nevado, por el río, por las esposas que los esperaban en casa y por los animales inmóviles, tendidos en el suelo. El oprobio de la muerte le llegó al caballo tres años antes de lo esperado, mientras su dueño, el hombre de alpargates nuevos, se debatía entre su esposa, su animal y su hija, próxima a la orfandad, para llevarse el honor de ser su último pensamiento. Le había llegado la hora a Jairo, le había llegado la hora al nevado y también al río.

Le había llegado la hora al pueblo.

La canción que buscaba Mariana —ignorando aquel progreso teñido de sangre y muerte que llegó a su tierra— al fin invadió los intersticios de su mente inocente. Repitió la tonada que su papá cantó el día que llegaron los roedores regordetes a su finca: “Tres conejos, en un árbol, tocando el tambor. Que sí, que no, que sí lo he visto yo”.

viernes, 23 de marzo de 2012

Una silla de biblioteca

-Un ojo, Jerson, un ojo, solo abrir un ojo, un ojo, Jerson, un ojo.

Depresión, insomnio, pensamientos desordenados, una silla de biblioteca. Sueño. Pesadilla, muerte en vida, separación, alma sin cuerpo, cuerpo, muerte, ¿muerte?

Ceguera. No, no es ceguera. Podía ver, podía ver al lector en la silla de al lado, desconcertado. Gritos, desesperación.

-¡Dios! ¡DIOS! ¡DIOOOOOOOS!

¿Dios? ¿Por qué Dios? No tiene nada que ver. No hay dios que pueda salvarme. ¡Carajo! No sé si grité en sueños o si la gente oyó mi desgarro gutural, no sé si los "¡Shhh!" fueron reales o mi mente se derretía en locura. No sé.

-Un sueño. Mierda, esto es un sueño. ¡Estoy atrapado! ¡MIERDAAAA!

Como si el alma se desligara del cuerpo, intento mover un brazo, fracaso. Una pierna, un brazo, un dedo. Fracaso. Mi cuerpo es la prisión. No, mi sueño es la prisión, necesito despertar. Maldita sea, ¡necesito despertar! No voy a lograrlo, me voy a quedar condenado, en mi jaula onírica. Muerte. Miedo. No, no es miedo a la muerte. El miedo a la muerte es absurdo. Las religiones, absurdas, surgieron a partir del miedo a la muerte y las ideas de eternidad, reencarnación y unicornios rosados con herraduras de plata. No, miedo a la muerte no. Miedo a algo mucho peor.

-¡Un brazo! ¡Maldita sea! ¡AYUDAAAAA! ¡Que alguien me despierte! ¡AYUDAAAAAAAA!

Alma, sin cuerpo. Cuerpo, miedo, desconexión, incertidumbre. La certeza de morir es menos aterradora que la incertidumbre misma. No sé qué va a pasar, solo entiendo que estoy en otra realidad, una especie de sueño, una prisión de la que no puedo salir. Sigo sin diferenciar lo tangible de lo onírico.

-¡Un brazo! ¡Un ojo! ¡Carajo, volví!

El lector me mira extrañado, la gente me silencia con sus sollozos de retinas enrojecidas y difícilmente abro un ojo, solo uno. Muevo un brazo. Cambio de realidad, vuelvo al mundo tangible. Dominio. Euforia, confusión.

Depresión, insomnio, pensamientos desordenados, una silla de biblioteca. Sueño. Pesadilla, muerte en vida, separación, alma sin cuerpo, cuerpo, muerte. Gritos, silencio, terror, sueño, una silla de biblioteca.

Alma, cuerpo. Desconexión. Pesadilla. Prisión.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Relato de Sergio Stepansky

Muchos de nosotros sabemos qué es el León de Greiff, muchos de nosotros hemos entrado al auditorio construido con el campus y diseñado por Leopoldo Rother e banda. Lo que en verdad entristece -después de leer The Catcher in the Rye de Salinger, cosas como estas me entristecen- es que nadie sepa que él fue un magnífico poeta. Así que hoy, día de la poesía, quiero compartirles la obra magna del hombre que está detrás del nombre del aula máxima de la Universidad Nacional de Colombia.

Relato de Sergio Stepansky
León de Greiff

¡Juego mi vida!
¡Bien poco valía!
¡La llevo perdida
sin remedio!

Erik Fjordsson.

Juego mi vida, cambio mi vida,
de todos modos
la llevo perdida...

Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...

La juego contra uno o contra todos,
la juego contra el cero o contra el infinito,
la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito,
en una encrucijada, en una barricada, en un motín;
la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin,
a todo lo ancho y a todo lo hondo
—en la periferia, en el medio,
y en el sub-fondo...—

Juego mi vida, cambio mi vida,
la llevo perdida
sin remedio.
Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...:
o la trueco por una sonrisa y cuatro besos:
todo, todo me da lo mismo:
lo eximio y lo rüin, lo trivial, lo perfecto, lo malo...

Todo, todo me da lo mismo:
todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo
donde se anudan serpentinos mis sesos.

Cambio mi vida por lámparas viejas
o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil:
—por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil:
por los colgajos que se guinda en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota nubia;
la pálida morena, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por una anilla de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno: —para echar a rodar la bola...

Cambio mi vida por la cándida aureola
del idiota o del santo;
la cambio por el collar
que le pintaron al gordo Capeto;
o por la ducha rígida que llovió en la nuca
a Carlos de Inglaterra;
la cambio por un romance, la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca...

o por esa muñeca que llora
como cualquier poeta.

Cambio mi vida —al fiado— por una fábrica de crepúsculos
(con arreboles);
por un gorila de Borneo;
por dos panteras de Sumatra;
por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra—
o por su naricilla que está en algún Museo;
cambio mi vida por lámparas viejas,
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas...

¡o por dos huequecillos minúsculos
—en las sienes— por donde se me fugue, en grises podres,
la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almaceno en mis odres...!

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida... 

lunes, 23 de enero de 2012

Antonieta (fragmento)

Revisando en mis archivos, encontré esta joya en bruto que escribí hace 2 años:

(...)Yo ya casi estaba borracho sin motivo aparente y después de haber bailado con la hermana de alguien, me senté en una mesa,  una mesa que no era la mía y como no tenía nada que perder, mi boca pronunció la más estúpida de las entradas: "Tu eres la prima de mi amigo". La estruendosa música del bar no fue impedimento para iniciar una charla muy entretenida que terminó antes de lo planeado. Se llamaba Antonieta y lentamente se fue introduciendo en mi mente hasta que llegó el momento en el que no pude sacarla. La conocí mejor, pasamos tiempo juntos y a ella parecía agradarle mi conversación carente de sentido. Poco a poco nos fuimos alejando y de Antonieta solo me quedó el recuerdo, no hubo dolor, no hubo lágrimas, no hubo nada(...)