lunes, 25 de julio de 2011

Una araña, en un nuevo teclado

http://fitopez.blogspot.com/2011/05/una-arana-en-el-teclado.html

Soy varios miles de veces más grande y también más inteligente que el arácnido ese, el que se postró en el Do central de mi teclado, mientras trataba de encontrar el punto sin retorno. Los senderos amplios tienen la horrible costumbre de hacerse angostos cuando te distraes. Cuando me fijé, el ancho de una tecla era la distancia que me separaba del abismo. 


Ver de frente las teclas de un piano es como ver un lienzo en blanco. Es la más bella y la más injusta de las paradojas: El vacío absoluto que contiene un universo de posibilidades, matices y colores, disfrazados de vacío absoluto. No solo basta tener creatividad y buenas ideas para hacer una obra de arte, necesitas también cierta maestría con los pinceles, las teclas o las cuerdas para hacer real todo aquello que en tu mente es perfecto.


Esa criatura de ocho patas que tanto me conoce, que ha hecho varios cortocircuitos en mi hipotálamo, esa que adora hacerme hiperventilar y que me hizo fallar el más grande acto de ilusionismo jamás visto por ti, ahora se divierte con mirarme, silenciosa, quieta; al otro extremo de la tecla que me separa del abismo. Con solo mover una pata, podría acabar con mi Nocturno, sin siquiera haberlo empezado. Pero ella es más astuta y más maldita, prefiere interpretar la obra que más odio.


La melodía es perfecta y mi armonía, casi matemática. Tengo un ritmo pausado y lento, el que caracteriza a quien quiere hacer de su creación una obra maestra. No hay afán. El Liebestraume de Lizst o el Nocturno Op 9 Nº 2 de Chopin quedarían en ridículo, al lado de la compleja majestuosidad de las notas que se pasean libremente por los dos hemisferios de mi inteligencia. 


Algo más de trescientos giros del Globo esperó la araña para volver a mirarme a los ojos. La última vez que su infame vista se cruzó con la mía, alguien del público se quedó sin saber cuándo aplaudir. La puedo matar de un pisotón, está vulnerable. Ya no la protege mi hipotálamo, ya no le gusta hacer su voluntad con mi diafragma. Ahora está expuesta. La conozco mejor que a nadie. Me conozco mejor que a nadie. Esa maldita araña soy yo mismo. La parte de mí que ha hecho chocar mis facciones contra el mundo, ese mundo que salvamos junto a mi musa, mi espectadora.


Y si yo mismo estoy interpretando la obra que más odio, puedo cambiar lentamente los acordes, el tempo y la tonalidad, puedo hacer de esa obra maldita, algo digno de tu admiración. El cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven tiene un inicio oscuro, lento, tenebroso. Es con el ir y venir de los compases que la luz va penetrando la inexpugnable sombra que invade el pentagrama. Sin ese inicio oscuro y aterrador, no sería tan majestuoso el sonido que le sucede. No es casualidad que le llamen "La Oda a la Alegría". Es más satisfactoria la alegría, cuando llega luego de tiempos y notas tristes.


Esa maldita araña, que tanto daño me ha hecho, comenzó a tocar notas egoístas y mezquinas, mas ahora soy yo quien produce las melodías y calcula la armonía. Quiero, y lo quiero con todas mis fuerzas. Quiero que mi espectadora me dé la oportunidad de interpretar el siguiente compás.