viernes, 28 de junio de 2013

Selección Natural

Que el Programa de la Naciones Unidas para el Medio Ambiente convocase una rueda de prensa urgente, era algo sin precedente en sus cuarenta años de existencia. Cuando su Director Ejecutivo entró en la sala de conferencias, la expectación era máxima. 
Los pasos del hombre que se dirigía al estrado, que en otras circunstancias habrían producido un notorio eco (debido a la excelente acústica del lugar), fueron acallados por los sonoros y característicos cuchicheos de la multitud de periodistas. Ya se habían hecho las innecesarias presentaciones, propias del protocolo, y Achim Steiner, Director Ejecutivo del PNUMA, se tomó un segundo para carraspear frente al micrófono antes de hablar.
—Seré breve. Hemos convocado a los medios para hacer pública la solicitud a todos los ciudadanos del mundo para que se abstengan de consumir cualquier clase de alimentos provenientes de los siguientes países: Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Panamá, Perú y Surinam. Sus habitantes recibirán las provisiones que, en la medida de nuestras posibilidades, logremos suministrar. Hemos establecido un acordonamiento para evitar cualquier tipo de tráfico no autorizado de alimentos, fauna y flora desde estos lugares. Naturalmente, los vuelos desde y hacia los países citados han sido cancelados. Todas estas medidas son de carácter preventivo. Se han tomado en conjunto con los gobiernos de los países amazónicos y sus vecinos más cercanos, y nos permitirán controlar una emergencia estrictamente local, de trascendencia menor. No hay nada de qué preocuparse. El día de mañana daremos otra conferencia de prensa para responder a sus preguntas. Buenas tardes a todos y disfruten su estancia en Nairobi.

«No hay nada de qué preocuparse». ¡Cuántas catástrofes de todo tipo habían tenido como banderazo inicial aquella frase tópica! 
Steiner era consciente de ello, y sin embargo, durante los diez segundos de relativa calma interior que transcurrieron desde que abandonó el estrado hasta salir de la sala de prensa del PNUMA, sopesó detenidamente cada palabra y concluyó que tal vez nadie sería tan perspicaz como para notar lo perentorio de la frase. 
Sí temía, en cambio, que alguien cayera en la cuenta de que su declaración no había sido más que una sarta de incongruencias y mentiras. Lo temía y al tiempo lo imaginaba posible. Pero, sin tener idea de la verdadera situación, ¿Cómo podría haber dicho algo que no fueran deshonestas incoherencias?
Lo bueno era que tenía un plazo autoimpuesto de, al menos, veinticuatro horas más para inventar un par de mentiras ad hoc y darle un poco más de consistencia a las incongruencias ya dichas ante los medios de comunicación de todo el planeta. Lo malo era que al Secretario General de la ONU no le podría dar largas, ni evasivas, ni mentiras, ni mucho menos ignorar su llamada entrante e inquisidora.
—Buenas tardes, señor Secretario (…) Sí señor, pero no entiendo, di órdenes explícitas para (…) Se suponía que los presidentes estaban informados, yo mismo redacté los cables enviados a las sedes de gobierno (…) Comprendo (…) Sí, sí, mañana a la misma hora (…) Por supuesto, le enviaré una copia del discurso antes de la conferencia de prensa (…) No señor, no volverá a suceder.

Nairobi es una ciudad que rompe con la imagen mental que cualquier ser humano con acceso a un televisor podría tener de África. A pesar de estar ubicada tan cerca al Ecuador, su elevación moderada le daba un constante y agradable clima primaveral, muy alejado de los reverberantes cuarenta y cinco grados de la sabana. Sin embargo, no es para nada extraño que cualquier europeo o norteamericano la haya visualizado —erróneamente— como un caserío con rudimentarias chozas, fuegos tribales y rodeada de selva virgen y camarógrafos del National Geographic. Yendo violentamente en contra del imaginario común, Nairobi es una de las ciudades más grandes de África, y también, una de las más desarrolladas.
Entre sus atractivos más destacables se pueden encontrar interesantes combinaciones entre zoológicos y reservas para el cuidado de animales, que contrastan con edificaciones abundantes y no muy lejanas. La zona con mayor concentración de riqueza cultural y museológica se halla (¿intencionalmente?) cerca de una de las insignias de la ciudad, el Uhuru Park, el equivalente keniata del Central Park neoyorquino. Incluso el Uhuru tiene un magnífico lago artificial, al que la extraña sabiduría popular le ha otorgado algunas de las características propias de un oráculo. Desde allí es posible divisar, imponente y colosal, el edificio que alberga al PNUMA.
Y desde una oficina emplazada en los pisos superiores de aquella poderosa estructura, Achim Steiner contemplaba las aguas pasivas del Uhuru, buscando en sus tenues reflejos la solución a la encrucijada que había iniciado muchos meses antes de la llamada enfurecida del Secretario General y de la fatídica rueda de prensa que había dado hace pocas horas; encrucijada que ponía en riesgo a casi todas las especies vivas del planeta Tierra, incluyendo también a la especie humana. En el fondo, Steiner sabía que buscar soluciones a un problema que no se entiende es, por no decir más, una tarea estéril.

Hace dos años (exactamente dos años, tres meses y diecinueve días), un meteorito cayó en el corazón del Amazonas colombiano. Los recién estrenados sistemas de detección de las agencias espaciales europea, norteamericana y japonesa dieron una muy oportuna alarma con dos semanas de antelación, suficiente para efectuar las maniobras de evacuación necesarias. Dado que, incluso en los albores del nuevo milenio, los láseres de protección contra meteoritos y demás basura cósmica no eran más que una fantasía recurrente en la Ciencia Ficción, nadie pudo evitar el impacto. A veces la especie humana muestra tanto desinterés por el medio ambiente en aquella zona del planeta que, incluso teniendo la tecnología necesaria para hacerlo, muy pocos se habrían molestado en intentar una maniobra que salvaguardara del inminente peligro al pulmón del mundo.
El cuerpo celeste no mediría más de dos metros de diámetro al hacer contacto con el desafortunado (¿o afortunado?) país. Colombia fue, durante dos semanas, el centro del universo. Las agencias espaciales calcularon que a las 3:37 minutos del 4 de septiembre de 2017 el meteoroide se convertiría en meteorito; también establecieron un radio de seguridad de cien kilómetros. Inicialmente, este radio de seguridad había servido como guía para que las autoridades colombianas supieran hasta qué punto y a quiénes evacuar, pero las siempre peligrosas y creativas lógicas del mercado abrieron de nuevo sus fauces y engulleron todas las utilidades que pudiera traer el trozo de roca espacial consigo.
La más rimbombante y sonada de todas las locuras capitalistas desatadas por el meteorito fue, sin duda, la del turismo de avistamiento. Gran cantidad de agencias de turismo diseñaron planes “de última hora” para observar el impacto desde el borde mismo del perímetro evacuado. Muchas de estas agencias utilizaron la megacatástrofe que extinguió a los dinosaurios hace sesenta y cinco millones de años como imagen, eslogan y logotipo para facilitar la venta de sus itinerarios. Poco pareció importarles que aquel desastre haya sido ocasionado por un asteroide y no por un meteorito. El todo era ganar dinero. A partir de este… digamos, nuevo y pasajero mercado, surgieron otras ideas de negocio tan absurdas como vender, entre otros artículos,  fragmentos de un meteorito que no había caído aún, recopilaciones de videos de otros impactos y catástrofes, enciclopedias astronómicas editadas en los años 80’ y que jamás lograron salir de las bodegas, y amuletos de la buena suerte “para que el meteorito no caiga en su casa”.
Pero, sin duda, los que se sentían más agradecidos con la bendición cósmica eran los dueños de las compañías mineras que venían observando desde hace décadas, con ojos famélicos, la riquísima selva del Amazonas colombiano. Brasil, Perú y Ecuador habían desarrollado contundentes políticas de protección de su porción de pulmón de mundo, pero Colombia… Colombia era siempre la excepción a la regla, una suerte de agujero negro donde desaparecen todos los atisbos de razón y lógica. Aquel país, que había visto toda su buena suerte materializarse en forma de meteorito, ya estaba negociando con multinacionales mineras los títulos de las tierras amazónicas evacuadas (se suponía que temporalmente), a cambio de jugosas pero nunca suficientes y, en comparación con el servicio ambiental que la zona prestaba al planeta, mediocres regalías. Misteriosamente, ninguna de las compañías se atrevió a perforar el Amazonas y todas huyeron del país en un lapso menor a tres meses. Casi como si el meteorito hubiera traído en sus entrañas pequeños y terroríficos seres extraterrestres que los hicieran huir despavoridos. Casi.

¿Y… qué tenía que ver el meteorito colombiano, el más limpio, considerado y amable de todos los inclementes golpes que ha dado el Universo a este pobre planeta, con la preocupación de Steiner, su rueda de prensa plagada de mentiras y la llamada furiosa del Secretario General de la ONU?  La respuesta a esta pregunta recién había sido anunciada por el intercom de la asistente del Director Ejecutivo del PNUMA y estaba girando el picaporte para entrar a su oficina.
Anna Porter, doctora en Ciencias Biológicas, y considerada una eminencia en ecología, había trabajado durante más de veinte años en el PNUMA como asesora científica. Su rostro, ligeramente avejentado, daba pistas de una juventud reluciente de belleza y carisma, que ahora estaba más allá de los límites de su propia memoria. Pese a ello, su semblante de mujer intelectual iba ganando más y más fuerza con el paso de los años. Porter entró agitada, de una zancada, a la oficina de Achim Steiner. Para ella, los saludos nunca habían sido más que una molesta y obsoleta convención social.
    ¡Es peor de lo que pensaba! –dijo, y arrojó una carpeta repleta de papeles sobre el escritorio de Steiner.
    ¿Peor que salir en televisión, frente a todo el mundo, diciendo la primer chorrada que se te venga a la mente? ¿Peor que una reconvención directa, y por cierto, debo decir que no muy amable, por parte del Secretario General?
    Déjate de estupideces – respondió Porter. – ¡Está en juego el futuro de… bueno, toda la vida en la Tierra!
Steiner se quedó de una pieza ante la advertencia de su otrora compañera sentimental. Porter y él habían compartido una serie de escapes amorosos hace ya bastantes años. Eso explica, de cierta forma, el porqué de la excesiva informalidad en el trato. Ya no existía ningún tipo de tensión sexual entre los dos, solo recuerdos enmarañados por la niebla de ocasionales y lejanas resacas.
El hombre se arrellanó en su silla, mientras la mujer le arrojaba datos, cifras y porcentajes, de memoria, como si fuera una grabación de audio preparada con anterioridad y no ella quien estuviera hablando. La preocupación de Steiner era más que notoria –casi llegaba al borde del frenesí- y la agitación de Porter ya podría calificarse de histeria.
    A ver si entiendo lo que estás diciendo – intentó calmarse un poco el hombre. —El asteroide de 2017, el que cayó en el Amazonas colombiano, ¿Es ese el problema?
    Parece como si no me hubieras escuchado nada, maldita sea –la mujer estaba notoriamente indignada-. No sé por qué me molesto en darte los detalles cuando podría estar dándoselos al presentador del noticiero de las siete.
    ¡No vuelvas a decir algo así, ni en broma! –atajó el hombre.
    Entonces presta más atención, por todos los cielos. El meteorito… bueno, parecía normal, en apariencia es perfectamente normal…
    Pero…
    ¿Recuerdas que hace unos años querías establecer contacto con alguna forma de vida extraterrestre?
    ¡Maldición! –fue la única respuesta que dio el hombre.

La tensión en la oficina de Steiner se habría podido cortar con un cuchillo. Ninguno de los dos presentes pronunció ninguna palabra durante dos minutos… o dos horas. La noche en Nairobi no es particularmente fría, y tampoco presenta los cambios sutiles de temperatura que ayudan a intuir el paso del tiempo. Fácilmente podrían ser las once de la noche o las dos de la madrugada y, ni el hombre ni la mujer, habrían notado alguna diferencia.
La mujer rasgó el silencio, mientras el hombre echaba un vistazo a las hojas de su escritorio.
    No resultó del todo mal hablar de una zona de cuarentena ficticia. De hecho, creo que no pudiste haber tomado una decisión más acertada. Aislar al Amazonas del resto del planeta, así sea usando medios tan primitivos y excusas tan básicas como esa alusión a los alimentos que hiciste, fue algo tremendamente estúpido… y astuto al tiempo. Puede que hayas ganado un poco de tiempo. Necesitamos retrasar a toda costa el avance de…
    ¿Retrasar? – replicó confuso Steiner. — ¿Has dicho “retrasar”?
    Achi – “Achi” era la forma que usaba Anna Porter para referirse a Steiner cuando quería aliviar sus zozobras — la cepa alienígena lleva incubándose en la Tierra durante más de dos años. Hace un año se hicieron notorias las reacciones atmosféricas que estas especies vegetales invasoras están causando en la zona del impacto. Temo decirte que…
    ¿Es todo? ¿Se acabó… todo?
    No, no has entendido aún.

Las hojas que Achim Steiner había estado estudiando mientras Anna le hablaba contenían una síntesis bastante detallada de la situación. Un meteorito cayó en 2017, en el norte del Amazonas, en la República de Colombia. Salvo que fue el objeto cósmico que estrenó los sistemas detectores de las agencias espaciales norteamericana, europea y japonesa (con todas las implicaciones culturales que esto producía), nadie se lo tomó verdaderamente en serio. Causó un cráter de 80 metros de diámetro y quemó unas 90 hectáreas de selva. El mundo, después de un tiempo, demostró una vez más su asombrosa amnesia autoinducida y se ocupó de aspectos más importantes. Pero el meteorito seguía allí, bastante ocupado en su misión. No había un solo minuto que perder. Cuando la temperatura bajó, las cepas vegetales alienígenas que habían viajado por varios miles de millones de kilómetros a través del vacío infinito del espacio, empezaron su labor. Se asentaron, entendieron la bioquímica de las especies endémicas de la Tierra y plantearon una mejor. En una atmósfera abundante en oxígeno y con un serio desequilibrio en sus niveles de dióxido de carbono, las plantas alienígenas introdujeron sulfuros a la combinación; primero en medidas muy pequeñas, luego a escalas notorias.
Las compañías mineras, recientemente asentadas en el lugar del impacto, no tuvieron otra alternativa que huir de los extraños e incomprensibles fenómenos naturales que tenían lugar en la nueva zona en disputa.
Los invasores se multiplicaron, prosperaron y empezaron a ganar terreno en un mundo que no era suyo. Lucharon contra las plantas terrícolas y su bioquímica… y ganaron. La selección natural no se fija en qué terrenos le corresponden a qué especies, ni qué planetas son para qué formas de vida. Si puedes sobrevivir, hazlo, si puedes evolucionar, evoluciona, si no lo haces, perece. Este era la premisa de la evolución por selección natural que hizo célebre a Charles Darwin.
Los alienígenas estaban expulsando, poco a poco, a los terrícolas de su planeta.
Y la atmósfera. No contentos con expropiar los dominios de la vida, los invasores también adaptaron los gases a su antojo, a su acomodo. Las alteraciones empezaron a ser notorias para quienes podrían detectarlas: el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente fue el primero en recibir las señales de alarma, y la doctora Anna Porter fue la primera en adivinar el curso de la disputa por la vida en la Tierra durante los próximos años.
Era bastante evidente. Primero acabarían con todo el Amazonas. Ninguna especie vegetal ha podido ni podría hacerles frente a los invasores. Por bioquímicas incompatibles, cualquier animal que intentara alimentarse de algún ejemplar de los nuevos reyes del Amazonas, indefectiblemente moriría envenenado. Sin fauna ni flora en la zona de mayor impacto ambiental en el planeta, una porción bastante considerable de la biodiversidad terrestre habrá quedado eliminada.
Luego de haber conquistado todo el pulmón del mundo, lo pondrían a respirar sulfuros en vez de oxígeno. Envenenarían toda la biósfera, acabarían con las especies aerobias restantes –incluyendo a los humanos- y pondrían letreros alrededor del planeta con frases del estilo “Bajo nueva administración”. Todo en un abrir y cerrar de ojos en la escala de tiempo cósmica.

Al prever la situación, Porter se vio obligada a aceptar que, o bien la naturaleza y sus azares le habían jugado bastante sucio a la vida terrestre, o todo esto estaba planeado de antemano y los dos años que habían transcurrido ya del protocolo de invasión a la Tierra dejaban intuir un jaque mate en favor de la portentosa inteligencia extraterrestre. Sin embargo, aún la situación –fuera planeada o incidental- estaba aún en sus estadios primarios y todavía se podrían tomar acciones defensivas.
Una vez le hubo planteado el panorama a Steiner, la inevitable pregunta de alguien que ha trabajado mucho tiempo con burocracias y gobiernos y diplomacias inestables, se oyó al fin:  
    Entonces, ¿Estamos en guerra?

A primera hora de la mañana, Achim Steiner, Director Ejecutivo del PNUMA se comunicó con el Secretario General de la ONU. Le remitió, reparando hasta en los más nimios detalles, toda la información que había obtenido de mano de la más brillante de las ecólogas al servicio del planeta Tierra.
    Creo que la conferencia de prensa urgente del día de hoy le corresponde a usted, señor Secretario – terminó diciendo y colgó la llamada.

Steiner contempló una vez más el lago del Uhuru Park, esta vez no buscando respuestas, sino buscando, en sus agitadas aguas por el viento matutino, alientos para la larga batalla que deberían enfrentar a partir de ese momento todas las especies de la Tierra, en defensa de un planeta que siempre ha sido suyo y por derecho les pertenece.







jueves, 6 de junio de 2013

Sinestesia de la muerte

19... 18... 17... 16... 15... 14... 13... 12... 11... 10... 9... 8... 7... 6... 5... 4... 3... 2...

2...

2...

2...




domingo, 2 de junio de 2013

Primera actualización

—Me he actualizado. ¿No es genial?
—¿Qué?
—Que me he actualizado. Ya sabes, como el comercial...
—No veo televisión
—¿En qué maldito planeta vives?
—En uno donde la televisión me importa una puta mierda
—Ya, y en uno donde estás desactualizado
—Estoy...bueno, sé de qué hablas, pero no me importa
—¿Cómo no te puede importar la actualización? No tienes el chip cerebral que....
—Te convierte en robot
—¡Estás envidioso porque yo sí estoy actualizada!
—¡Carajo! ¡No me interesa! ¿No tienes algo más que decir?
—Ahora ya no necesito de un smartphone, ni un computador, ¿sabes? Ahora todas esas funciones están incorporadas en mí
—Lo que sea
—Y estoy conectada a internet. ¿No te parece grandioso? Ahora sí...
—Eres un robot
—¡Que no soy un robot!
—Si no tienes nada mejor que decir, cállate. No me importa tu chip de mierda
—¡Maldito idiota! ¡Eres un imbécil! Te sientes inferior porque no tienes el chip, estás fuera de mod...
—Suficiente
—Y el sistema te va a sacar, te va a relegar, vas a ser un paria, serás rechazado, ja ja ja, te quedarás sin evolucio...
—¡Desactivar terminal sonora!

—Mejor.