viernes, 23 de marzo de 2012

Una silla de biblioteca

-Un ojo, Jerson, un ojo, solo abrir un ojo, un ojo, Jerson, un ojo.

Depresión, insomnio, pensamientos desordenados, una silla de biblioteca. Sueño. Pesadilla, muerte en vida, separación, alma sin cuerpo, cuerpo, muerte, ¿muerte?

Ceguera. No, no es ceguera. Podía ver, podía ver al lector en la silla de al lado, desconcertado. Gritos, desesperación.

-¡Dios! ¡DIOS! ¡DIOOOOOOOS!

¿Dios? ¿Por qué Dios? No tiene nada que ver. No hay dios que pueda salvarme. ¡Carajo! No sé si grité en sueños o si la gente oyó mi desgarro gutural, no sé si los "¡Shhh!" fueron reales o mi mente se derretía en locura. No sé.

-Un sueño. Mierda, esto es un sueño. ¡Estoy atrapado! ¡MIERDAAAA!

Como si el alma se desligara del cuerpo, intento mover un brazo, fracaso. Una pierna, un brazo, un dedo. Fracaso. Mi cuerpo es la prisión. No, mi sueño es la prisión, necesito despertar. Maldita sea, ¡necesito despertar! No voy a lograrlo, me voy a quedar condenado, en mi jaula onírica. Muerte. Miedo. No, no es miedo a la muerte. El miedo a la muerte es absurdo. Las religiones, absurdas, surgieron a partir del miedo a la muerte y las ideas de eternidad, reencarnación y unicornios rosados con herraduras de plata. No, miedo a la muerte no. Miedo a algo mucho peor.

-¡Un brazo! ¡Maldita sea! ¡AYUDAAAAA! ¡Que alguien me despierte! ¡AYUDAAAAAAAA!

Alma, sin cuerpo. Cuerpo, miedo, desconexión, incertidumbre. La certeza de morir es menos aterradora que la incertidumbre misma. No sé qué va a pasar, solo entiendo que estoy en otra realidad, una especie de sueño, una prisión de la que no puedo salir. Sigo sin diferenciar lo tangible de lo onírico.

-¡Un brazo! ¡Un ojo! ¡Carajo, volví!

El lector me mira extrañado, la gente me silencia con sus sollozos de retinas enrojecidas y difícilmente abro un ojo, solo uno. Muevo un brazo. Cambio de realidad, vuelvo al mundo tangible. Dominio. Euforia, confusión.

Depresión, insomnio, pensamientos desordenados, una silla de biblioteca. Sueño. Pesadilla, muerte en vida, separación, alma sin cuerpo, cuerpo, muerte. Gritos, silencio, terror, sueño, una silla de biblioteca.

Alma, cuerpo. Desconexión. Pesadilla. Prisión.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Relato de Sergio Stepansky

Muchos de nosotros sabemos qué es el León de Greiff, muchos de nosotros hemos entrado al auditorio construido con el campus y diseñado por Leopoldo Rother e banda. Lo que en verdad entristece -después de leer The Catcher in the Rye de Salinger, cosas como estas me entristecen- es que nadie sepa que él fue un magnífico poeta. Así que hoy, día de la poesía, quiero compartirles la obra magna del hombre que está detrás del nombre del aula máxima de la Universidad Nacional de Colombia.

Relato de Sergio Stepansky
León de Greiff

¡Juego mi vida!
¡Bien poco valía!
¡La llevo perdida
sin remedio!

Erik Fjordsson.

Juego mi vida, cambio mi vida,
de todos modos
la llevo perdida...

Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...

La juego contra uno o contra todos,
la juego contra el cero o contra el infinito,
la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito,
en una encrucijada, en una barricada, en un motín;
la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin,
a todo lo ancho y a todo lo hondo
—en la periferia, en el medio,
y en el sub-fondo...—

Juego mi vida, cambio mi vida,
la llevo perdida
sin remedio.
Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...:
o la trueco por una sonrisa y cuatro besos:
todo, todo me da lo mismo:
lo eximio y lo rüin, lo trivial, lo perfecto, lo malo...

Todo, todo me da lo mismo:
todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo
donde se anudan serpentinos mis sesos.

Cambio mi vida por lámparas viejas
o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil:
—por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil:
por los colgajos que se guinda en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota nubia;
la pálida morena, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por una anilla de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno: —para echar a rodar la bola...

Cambio mi vida por la cándida aureola
del idiota o del santo;
la cambio por el collar
que le pintaron al gordo Capeto;
o por la ducha rígida que llovió en la nuca
a Carlos de Inglaterra;
la cambio por un romance, la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca...

o por esa muñeca que llora
como cualquier poeta.

Cambio mi vida —al fiado— por una fábrica de crepúsculos
(con arreboles);
por un gorila de Borneo;
por dos panteras de Sumatra;
por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra—
o por su naricilla que está en algún Museo;
cambio mi vida por lámparas viejas,
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas...

¡o por dos huequecillos minúsculos
—en las sienes— por donde se me fugue, en grises podres,
la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almaceno en mis odres...!

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida...