Hizo bailar el dial en todas las frecuencias humanas. Solo escuchó estática. Se hallaba verdaderamente solo.
El último rastro de la raza humana lo vio unos dos meses atrás. Se trataba de una pequeña nave no tripulada de la que había leído en los libros de historia. Era la Voyager II, el laboratorio que cruzó todo el sistema solar para esquematizarlo, cuadricularlo y quitarle su fascinante halo de misterio. Ya los tiempos de creer en marcianos y neptunianos habían quedado olvidados, la Voyager II hizo trizas el anhelo de encontrar compinches interplanetarios. Solo tardó media hora en dejarla atrás. Media hora para decidir si rescatar la nave o dejar que la naturaleza siguiera su curso. Al final, dejó la chatarrería espacial para otros seres inteligentes.
Ya estaba muy lejos. Su Sol no podía diferenciarse con facilidad de los otros miles de millones de soles. Antes de abandonar la Tierra, tuvo la idea de instalar un domo transparente de varios metros de diámetro. Ahora su previsión se veía recompensada, era el único testigo de un espectáculo que el Universo tardó varios miles de millones de años en preparar. El corazón se le hinchaba de emoción al ver el infinito mar de puntitos titilando en la lejanía. No solo estaba viajando en el espacio, mirar las estrellas es viajar en el tiempo, al pasado remoto y fascinante de otras razas, otras culturas. otros ermitaños, otros conquistadores del cosmos.
Él mismo era un héroe.
Su heroísmo no era el de las historietas. En la Tierra todo era igual, su vida y la vida de todos era un constante vacío, la emoción y el espíritu de aventura habían desaparecido con los asientos de seguridad y los porches y la limonada con azúcar. Su heroísmo era el de aquellos que son capaces de vivir, de quienes no se conforman con la mera existencia, de quienes chupan los limones y saltan en vez de bajar las escaleras. Su heroísmo era el de aquellos que, hartos de su hogar, construyen una nave para mandar todo al carajo y lanzarse sin dirección hacia la nada.
Había deseado tanto alejarse del tráfico, de las luces verdes del semáforo y de los sueldos a fin de mes, que la satisfacción corrió por todas sus células. Ya no quedaba nada de la humanidad, ni siquiera las molestas estaciones de radio que, sin el permiso de nadie, invaden toda la galaxia con horóscopos y noticias deportivas. Estaba totalmente solo y viajaba sin destino. Podría terminar su viaje en Alfa Centauri o en la Galaxia del Cangrejo. Podría cambiar de rumbo al llegar a la siguiente estrella, y continuar su camino hasta la más próxima, colonizando todo el vecindario.
Podría, en realidad, hacer todo lo que quisiera. No había nadie más, era el amo y señor del Universo entero. Las estrellas bailaban en su honor, brillaban para su propia diversión. La máquina más compleja que haya existido jamás solo tenía como propósito divertirle. Ser consciente de aquello le costó una porción de locura, aunque al final solo se sentaba en su sillón, servía un vaso del mejor whisky del Universo y contemplaba a las luces. Por fin estaba solo, y por fin estaba sonriendo.
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