viernes, 25 de enero de 2013

El día de la invasión

"¡Hoy es el gran día!" pensó. Las nubes cargaban más electricidad de la normal, el sol estaba poniéndose y el cielo naranja era un buen presagio del fuego atómico que rompería con la oscuridad de esa noche. Austor ya no recordaba su verdadero nombre, pero sí que llevaba tres mil setecientos dos días esperando por el gran momento. Y el gran momento estaba a punto de llegar...

El sol se puso. Desde que abandonó su viejo nombre, había estado preparando cuidadosamente los artefactos que harían del recién entrado crepúsculo un espectáculo inolvidable. Hoy era la invasión, los alienígenas habían respondido a su llamado y, según sus cálculos, hoy llegarían a la Tierra. Ellos le ayudarían y él les colaboraría. El fin era la destrucción total, que toda la raza humana desapareciera y que el planeta quedara bajo nueva administración. Ellos habían aceptado (recibirían por paga un planeta todo agua y minerales) y emprendieron el viaje con prontitud, desde Sirio hasta Sol a un tercio de la velocidad de la luz. 

Y llegarían hoy. ¡Qué ansiedad! Austor se esmeró en terminar de preparar pacientemente todos los artefactos que ellos le ordenaron colocar en estricto lugar. Colocaba cada olla, cada sombrero de papel aluminio y cada huevo Kinder en el lugar correcto. Se guiaba por un plano muy detallado que ellos le dictaron en sueños. Toda su comunicación había sido en sueños, la tecnología incomprensible y maravillosa de los sirianos llegaba incluso hasta los dominios del subconsciente. 

La noche ya estaba bien entrada.

Todos los artefactos, las armas y los huevos Kinder estaban bien colocados. Solo faltaba el destello de luz que daría el inicio a la Obertura del Fin del Mundo. Austor había hecho un buen trabajo y estaba orgulloso, ellos también lo estarían seguramente. Y su satisfacción dio para cerrar los ojos un instante y descansar. Tendría, finalmente, un momento para disfrutar de su obra, de sus preparativos y sus contactos interestelares. Dormir un poco no era mala idea. Después de todo, los sirianos le despertarían para empezar juntos a destruir el mundo. 

Y Austor durmió toda la noche...

Y Austor durmió todo el día...

"¡Hoy es el gran día!" pensó. Las nubes cargaban más electricidad de la normal, el sol estaba poniéndose y el cielo naranja era un buen presagio del fuego atómico que rompería con la oscuridad de esa noche. Austor ya no recordaba su verdadero nombre, pero sí que llevaba tres mil setecientos tres días esperando por el gran momento. Y el gran momento estaba a punto de llegar...


No hay comentarios:

Publicar un comentario