Minda Kyes estaba petrificada. La mujer más dura y estricta entre todas las marcianas se estaba congelando en vida por el miedo. Dos hombrecitos gráciles y con semblante de insecto la observaban, atónitos, incrédulos. Estaban, nada más y nada menos, presenciando el derrumbe del ser marciano.
La mujer no se movía. Los hombres insecto le hablaban sin ser escuchados. Le gritaban, incluso fueron tan insensatos de golpear en la cara a la Gobernante Suprema. No lograron nada. Kyes estaba muerta en vida, tal vez intentaba escapar del futuro terrible, como quien intenta escapar de la brea, tan solo para darse cuenta de que en cada brazada se hunde más.
—¡Maldita Kyes, es una...! —gritó uno de los insectos.
—¿Qué es lo que ocurre, Plyu? — interrumpió el otro.
Minda seguía abstraída. Seguía intentando desaparecer del Universo. Las alarmas empezaron a sonar. El cuarto en que se hallaban los tres marcianos estaba bajo cientos de metros de chillidos y explosiones. De repente, como un tac o una revelación, la luz invadió hasta el rincón más oculto de su mente confundida. Todo fue claro para Kyes, no tenía nada de qué preocuparse. En un sacudón de cabeza volvió a la realidad, a su Universo y a su otrora verde y próspero Marte.
—Llévenme a la superficie —se limitó a decir.
Los hombrecitos insecto eran un mar de pavor. Las puertas metálicas temblaron por sus manos al abrirse. Querían salir corriendo y saltar, parar su mundo y bajarse. Ya era demasiado tarde, ya Kyes se aprestaba a pronunciar el último discurso de cualquier Gobernante Suprema en el moribundo Marte.
El discurso duró poco y solo sirvió para aumentar la histeria. Kyes contó, pausada y neutra, que todos los marcianos morirían, que ella era la culpable de la extinción de la vida en el único planeta del Sistema Solar en que existía una civilización técnica. No discutió los detalles, todos los hombres y mujeres insecto los conocían mejor que a sí mismos. Terminó diciendo que se sentía afortunada.
Plyu, finalmente, se atrevió a preguntar. Vivió la última hora de su vida con una duda que aguardaba a ser solucionada en el último minuto.
—¿Por qué está usted feliz, hija de puta? ¿Por qué se burla de nosotros? ¿Por qué se siente tan afortunada?
Kyes lo miró y rió.
—No seré víctima de la Historia. No seré una infame, nadie me culpará en el futuro por lo que hice. ¿Y quieres saber por qué, Plyu? Es sencillo. Nadie me culpará, porque no habrá más futuro, éste es el fin de la Historia.
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