Vallynor Finnstak
esperaba a Limyäe Zetwal, sentado en una de las bancas del Parkway. Pronto
anochecería y el cielo tenía un extraño y encantador tono taciturno. A la
atmósfera no le importaron los recientes eventos fatídicos del día que
agonizaba y decidió regalar un maravilloso espectáculo a los pocos humanos que
aún disfrutaban al quitar sus ojos de las pantallas por cinco minutos seguidos
para contemplar el atardecer. Vallynor estaba seguro de que el color de las
nubes ese día, una mezcla en degradé de amarillo, rojo, verde y violeta, no lo
había visto nunca antes, al menos no en el planeta Tierra. Encendió un
cigarrillo para engañar a las corrientes de viento gélido que apuñalaban sus
costados y también para fingir un poco de humanidad. No hay nada más humano que
el acto de fumar –pensó-, autodestruirse conscientemente y sin importar nada
más, perderse en el aroma inevitable de los placeres inmediatos sin reparar en
las devastadoras consecuencias futuras. Tal vez la insensatez de fumar solo era
comparable con la de clavar la mirada en una pantalla estática y muerta
mientras el cielo, vivo y fluido, ofrecía un lienzo de finos trazos que
cambiaban a cada segundo. Eso eran los humanos, se destruían a sí mismos y a su
planeta mientras se esforzaban al máximo por evitar contemplar la magnitud de
la belleza que estaban devastando. Nunca había dos atardeceres iguales y los de
la Tierra eran especialmente conmovedores. La oscuridad ganaba presencia en cada
vez más parches de cielo y Limyäe no tardaría en llegar. Vallynor quiso tenerla
a su lado de inmediato. Se había contagiado de la impaciencia humana.
Interrumpió su cigarrillo y su contemplación
romántica del cielo para responder a la vibración de su celular. Era la
aplicación del New York Times, solo le enviaba notificaciones cuando se trataba
de alguna noticia de relevancia mundial. Y esta en efecto lo era. El conteo de
votos había terminado y los pronósticos pesimistas se convirtieron en una insondable
realidad. Austria había decidido por referendo abandonar la Unión Europea, siguiendo
el ejemplo del Reino Unido, Portugal y Grecia. Francia iría a las urnas en
menos de un mes. Vallynor se odió un poco a sí mismo por preferir el mundano
New York Times por encima del majestuoso lienzo de dinámicos colores, pero al
leer el perentorio tono de la noticia sospechó por qué su concentrador de onda
cuántica se había activado en la mañana. ¿Los altos mandos habían logrado
predecir correctamente el resultado del referendo e intentaron darle aviso con
antelación?
Dio una fuerte bocanada
a su cigarrillo y se sobresaltó al sentir un cosquilleo corto y ligero en la
nuca, seguido de un flash que cubrió todo de blanco por un instante. Cuando
volvió en sí, revisó que el micropunto estuviera en su lugar. Inspeccionó entre
sus cabellos con algo de sospecha e incredulidad nerviosa. No podía ser lo que
estaba pensando. ¡De ninguna manera podía ser lo que estaba pensando! Aún
sentía la esfera de cinco milímetros de diámetro bajo su piel. No se
tranquilizó del todo y fumó una vez más para intentar calmarse. Tal vez el
flash solo era un producto de su imaginación. Una mala sinapsis, se esforzó en
creer.
Intentó recapitular.
En la mañana, antes de
salir a fingir en su trabajo humano, Vallynor recibió un mensaje en su
concentrador de onda cuántica. No era más que una secuencia de tres luces
verdes parpadeando en la cara superior de un artefacto que a los ojos
desprevenidos habría pasado por el modesto amplificador de una guitarra
eléctrica. Tres luces verdes parpadeando significaban evacuación inminente. En
el mensaje estarían las instrucciones detalladas para llevar a cabo el
protocolo de evacuación. Su micropunto sería teletransportado a una nave en la
órbita de la Tierra, de allí hacia inmediaciones de Saturno y al agujero de
gusano que lo llevaría finalmente de vuelta a Reticuli, su sistema natal. Vallynor
ignoró el mensaje y llamó a Limyäe. Quería verla después del trabajo y quedaron
en encontrarse en el Parkway, en la misma banca de siempre.
Evacuación inminente…
Estuvo todo el día pensando en ello. Algo tuvo que salir mal en el plan. Por
alguna razón forzosa los altos mandos habían decidido comenzar la ejecución del
plan y necesitaban que la sonda chocara con la Tierra tan pronto como fuera
posible. Y la prontitud del impacto dependía de un solo Zeta: Vallynor
Finnstak. Pero… ¿qué había pasado? ¿Una anomalía oculta entre los datos de
temperaturas locales de la selva? ¿Alguna especie de tormenta solar no prevista
que inutilizaría las balizas y los equipos de onda cuántica? ¿Una emergencia en
Reticuli? ¿Una causa social o política en la Tierra, tal vez? Al principio
descartó que el referendo en Austria hubiese tenido algo que ver. Algo tan
trivial como la política humana no tendría por qué interferir en el complicado
plan de los Zeta… ¿o sí? Se había activado el protocolo de evacuación y la
inteligencia artificial de los Zeta había calculado que era el momento de
empezar la invasión. Durante horas, en la mente de Vallynor solo cupo la llave
de onda cuántica que él mismo había enterrado en algún lugar del Amazonas.
Austria había salido de
la Unión Europea. El flash que hizo colapsar su mente por un instante, justo
después de leer la noticia en el Times, fue un indicio difícil de ignorar. Así
que se trataba de una crisis política. Vallynor empezó a atar cabos y entendió
rápidamente que la probabilidad de inutilización del planeta por contaminación
radioactiva se había disparado. Era un escenario que había sido contemplado por
la inteligencia artificial, aunque con una probabilidad baja. Después de la
caída del Muro de Berlín, los Zeta pensaron que una guerra nuclear ya no era
plausible. En todo caso, el escenario había sido contemplado y se escribieron
diversos cursos de acción si la estructura física del planeta volvía a estar en
riesgo por algo tan estúpido como un intercambio nuclear completo. Ahora la
crisis política era una realidad y los Zeta tendrían que actuar antes de lo previsto.
Ahora todo el plan dependía de Vallynor Finnstak.
Y allí estaba él,
sentado en una banca, pisoteando la colilla de un cigarrillo, leyendo las
noticias de un mundo ajeno al suyo, esperando con urgencia encontrarse con una
humana de quien no necesitaba nada más que su compañía. Varado y resignado en
un planeta al borde del colapso, esperando a una mujer humana, cuando debería
estar siguiendo al pie de la letra las instrucciones del mensaje de onda
cuántica. Quizás ya debería estar a bordo de una nave interestelar, rumbo a un
agujero de gusano, a su estrella natal, a los centros de acopio de información
del sistema Reticuli. Debería estar despidiéndose de su mente y sus memorias,
debería estar dispuesto a abandonar su cuerpo temporal, a volver a la esencia
primordial de un micropunto que se funde en el banco de datos de la voraz
inteligencia artificial que coordina a distancia todo el plan de invasión de
una especie. Debería estar cumpliendo la etapa final de su misión. Pero, en
cambio, saboreaba los residuos de tabaco en su boca y ansiaba volver a cruzar
su mirada con la de Limyäe, al menos una última vez. Limyäe lo hacía feliz ¡Y
la felicidad era inaceptable para cualquier Zeta!
Limyäe Zetwal era
humana y naturalmente tenía un nombre humano, pero Vallynor prefería pensar en
ella usando su equivalente en galáctico. Si por error se le ocurriese llamarla
en galáctico, una pregunta llevaría a la otra y, eventualmente, su torpe y
pobre manejo de las convenciones sociales de los humanos harían que terminara por
contárselo todo: “Pues sí, la verdad es que… hmmm… no soy humano, mi nombre
real es Vallynor Finnstak, este cuerpo que ves solo es un cascarón, todo lo que
soy es una esfera pequeñita en la nuca de este cuerpo humano y mi misión en tu
planeta es extinguir a tu especie y también a todas las demás… Pero no te
alarmes porque no pienso hacerlo. No tienes nada de qué preocuparte. Ah, y por
cierto, tu nombre en galáctico es Limyäe Zetwal. Es lindo, ¿no te parece?”
No. A pesar de que ella
siempre hubiera encontrado encantadora su torpeza y, aunque tal vez ella
creería que se trataba de una broma muy elaborada, definitivamente él no estaba
dispuesto a arriesgarse de ninguna manera, prefería llamarla por su nombre real
y seguir siendo algo más que un micropunto parásito en un cuerpo humano.
A Limyäe la había
conocido en un vuelo desde Bogotá hasta Leticia, un trayecto que había hecho
tantas veces que ya era muy inusual encontrar algo nuevo en el avión. Pero un
día, su micropunto notó algo extraño. Entre la multitud de pasajeros, Vallynor
logró identificar una forma de conciencia más elevada que la de cualquier
humano promedio. El micropunto permitía visualizar el espectro de las emociones
humanas como combinaciones de colores que fluyen por todo el cuerpo. Una mujer
en particular parecía tener la capacidad de imitar con gran exactitud las
emociones de otros seres humanos, en lo que parecía una habilidad
extraordinaria. Vallynor aprovechó que el asiento contiguo a aquella mujer
estaba vacío e improvisó una excusa para hablar con ella durante todo el vuelo.
Limyäe Zetwal, logró traducir su nombre humano a un cómodo equivalente en
galáctico. En el aire y después en medio de la selva, Vallynor experimentó las
emociones de Limyäe hasta quedar profundamente fascinado por la capacidad
artística de acoplar sus colores a los de su entorno y reinterpretar las
emociones de sus interlocutores. Podía imitarlos a todos, seres humanos,
animales, árboles, insectos… todos los seres vivos crepitaban y se reflejaban
en Limyäe de una forma tan asombrosa que resultaba encantadora. El proceso era
parcialmente voluntario, aunque ella aparentaba no tener control alguno. Ningún
ser vivo que Vallynor había conocido en ningún rincón del vasto universo, a
excepción de unos pocos y artificiales micropuntos Zeta, tenía tan desarrollada
esa capacidad. Ella era única en el universo.
Gracias a ese micropunto conectado al tallo
cerebral de un cuerpo humano, que era nada menos que el mismo Vallynor, él
podía acoplarse a las fluctuaciones melódicas en los colores de Limyäe. Allí se
almacenaba todo. Su memoria, sus emociones, todo lo que había aprendido y
vivido en largos viajes por la galaxia, su pasado, su conciencia, su esencia
misma estaba contenida en esa esfera diminuta. También en el micropunto estaban
las bases de datos de lenguajes y acentos humanos que otros Zeta como él habían
tardado varios años en compilar, un localizador de emergencia y el enlace a la
llave de onda cuántica, el artefacto que permitía la comunicación con la
civilización Zeta en el sistema Reticuli a cien años luz de distancia.
Cada vez que Vallynor y
Limyäe se encontraban, cada vez que la miraba a los ojos, en cada anécdota que
ella le contaba y en cada noche de maravillosas interpretaciones musicales con
el cuerpo de los dos como únicos instrumentos, sus colores se sincronizaban y
una sensación desconocida se extendía por todo su diafragma hasta apoderarse de
su respiración y sus sentidos. Era una sensación desconocida, algo que nunca
había experimentado en su larga y monótona vida de viajes por la galaxia.
Ansiaba verla. Vio su
reloj y calculó que Limyäe ya había salido de su trabajo. En ese momento ella
estaría en algún lugar entre el Parkway y su oficina en la Ciudad Universitaria.
Vallynor disfrutaba mucho su compañía, cuando estaba junto a ella se sentía en
casa, en medio de un millón de pársecs cúbicos, ella era su hogar. Al llegar,
saldrían a caminar un rato, comerían algo, seguirían divagando en pasos y
palabras hasta que los dos encontraran una excusa para compartir la noche
entera. La besaría una y mil veces, la llevaría a su apartamento en La Soledad
e interpretaría en su entrepierna hasta el amanecer los arpegios que nunca
sonaron en la guitarra eléctrica y en el falso amplificador que adornaban su
habitación.
El ser en el micropunto
estaba confundido. Miró sus manos, manos humanas. La cicatriz en su brazo
derecho, tan humana como la mentira que inventó para contarle a Limyäe cómo se
la había hecho cuando ella vio su cuerpo humano desnudo por primera vez. El
frío de la noche bogotana se hizo más intenso. Sus pies humanos no podían
permanecer quietos, moverse era una forma inconsciente de mantener el calor
corporal a treinta y siente cómodos y humanos grados centígrados. Quiso fumar
de nuevo pero recordó que la costumbre humana es dejar pasar al menos media
hora entre cada cigarrillo. Reparó en su pulso acelerado y en la ansiedad que
sentía por ver a Limyäe, mucho más intensa que las ganas de golpear con
nicotina los neurotransmisores de su cerebro usurpado, humano y primitivo. El
viento agitó sus cabellos. Estaba un poco grasoso, pero ciertamente se trataba
de cabello humano. Vallynor se preguntó una vez más, al igual que todas las
noches desde que conoció a Limyäe… ¿Qué era él? ¿Un organismo humano controlado
por un micropunto? ¿Un parásito? ¿Una entidad dual? ¿Un Zeta? ¿Un humano? ¿El
alma gemela de Limyäe Zetwal? ¿Qué era el alma sino un montón de qubits
programados dentro de una esfera diminuta? ¿Qué era Limyäe Zetwal?
Volvió a fijar su
mirada en el celular y leyó de nuevo el New York Times. Austria había decidido
abandonar la Unión Europea. La crisis de civilización que atravesaba la especie
humana se convirtió rápidamente en un alto riesgo para la estructura física, ecológica
y energética de la Tierra. Los Zeta lo sabían perfectamente; el momento de
atacar había llegado. Los altos mandos, ayudados por la inteligencia artificial
de los centros de acopio de información del sistema Reticuli, habían previsto
la situación y decidieron adelantar la incubación de sus bacterias en suelo
terrestre. Tenían que evitar un intercambio nuclear completo a toda costa. El
planeta sería inútil si apestaba a radiación y todo el plan de invasión que
había tomado varios cientos de años sería un fracaso de proporciones
galácticas. La inteligencia artificial calculó que adelantar la invasión
obligaría a la civilización humana a unirse ante la causa común de combatir las
bacterias alienígenas. Naturalmente, no tendrían éxito, pero al menos morirían
unidos y peleando contra una amenaza común. Esa era la clave del plan. La unión
les impediría arruinar el planeta con un invierno nuclear. Era la opción más
conveniente. Los amos del planeta Tierra serían derrotados por las bacterias
más simples del sistema Reticuli. Un final merecido para los humanos, después
de todo.
La misión de Vallynor exigía estar preparado
para ser extraído del planeta en cualquier momento. Pero él no estaba
preparado. No estaba dispuesto a abandonar su hogar.
Sintió de nuevo un
cosquilleo leve en su nuca y se sobresaltó aún más que la primera vez. Volvió a
inspeccionar el micropunto a través de su piel humana. Entonces un flash cubrió
todo de blanco por un instante que pareció eterno. Solo pudo ver una intensa
luz blanca y cegadora. Escuchó una seguidilla de ruidos aleatorios y sin
sentido que pronto cobraron un significado aterrador. En la eternidad de un
instante en el vacío su mente funcionó a un millón de ideas por segundo.
Intentó comprender qué sucedía. En la mañana había recibido un mensaje de onda
cuántica: evacuación inminente. Había que largarse del planeta cuanto antes.
Algo había salido mal con el plan original de invasión y los amos decidieron
anticipar cualquier posibilidad de guerra nuclear. Era necesario salvar todos
los micropuntos de todos los Zeta en la Tierra y hacer copias para la
inteligencia artificial en Reticuli. Pero… ¿qué era lo que había fallado? De
golpe, los ruidos aleatorios cesaron con el susurro de un nombre humano que fue
pronunciado por la nada y que provenía de todas direcciones. Un nombre
femenino. Un nombre conocido. Vallynor volvió en sí, con un gran esfuerzo, y
finalmente comprendió. La habían descubierto a ella.
El mundo parecía ajeno,
lejano, un plano dimensional de otra realidad, una simulación. La vida entera
de Vallynor en la Tierra pasó frente a sus ojos como los vagones de un tren a
máxima velocidad.
Su misión en la Tierra
era encontrar el mejor lugar para la incubación de las bacterias, un sitio que
permitiera minimizar el tiempo de incubación y maximizar el impacto sobre la
población terrestre. El tiempo de incubación era la variable esencial y la
inteligencia artificial no podía calcularlo por sí misma pues dependía de
muchas variables y sistemas dinámicos interactuando en los ecosistemas
terrestres. Necesitaba un micropunto in
situ. La estrella principal del
sistema Reticuli estaba a punto de hacer implosión y los Zeta debían encontrar
con urgencia un nuevo planeta. La Tierra estaba en un sistema estelar a cien
años luz, lo suficientemente cercano a Reticuli como para trasladar las bases
de datos de la inteligencia artificial en un lapso de apenas tres siglos,
viajando a un tercio de la velocidad de la luz. La relación entre la distancia
al nuevo sol y la energía irradiada era perfecta para garantizar el
funcionamiento de la inteligencia artificial de Reticuli. La Tierra cumplía con
casi todas las condiciones necesarias para la vida de los Zeta, tan solo era
necesaria una adecuación atmosférica que redujera los peligrosos niveles de oxígeno
y que incrementara la cantidad de sulfuros hasta conseguir que el aire fuese
respirable. La misión de las bacterias era la transición química de la
atmósfera y la misión de Vallynor era asegurarse de que la transición pudiera
empezar.
Después de un par de
años trabajando sin parar en la obtención, análisis y transmisión cuántica de
datos, él mismo descubrió la ubicación ideal para el impacto de la sonda
incubadora. El lugar era un lago en cercanías a la pequeña ciudad de Leticia,
una ciudad periférica de un insignificante país llamado Colombia. Allí,
Vallynor debía enterrar una baliza capaz de enviar su posición galáctica
relativa a través de onda cuántica. La baliza atraería a la sonda incubadora,
una nave pequeña disfrazada de meteorito, enviada desde el sistema Reticuli
hacía doscientos cincuenta años a un medio de la velocidad de la luz. La
responsabilidad de Vallynor era decirle a la sonda dónde impactar a la Tierra.
Todas las vidas Zeta y, aún más importante, la integridad de la inteligencia artificial
estaban en manos de Vallynot Finnstak, el elegido para la tarea más importante
en toda la historia del sistema Reticulo. ¡Vallynor el conquistador! ¡Vallynor
el salvador! ¡El héroe más grande de todos los tiempos!
Pero Vallynor Finnstak
no solo había encontrado el lugar perfecto para incubar la cepa de bacterias
alienígenas. En el camino, también conoció a Limyäe Zetwal.
Horas después del vuelo
en avión que cambió su vida para siempre, Vallynor tomó su primera decisión
autónoma. La decisión más estúpida, la mejor decisión de todas. En vez de
enterrar la baliza que indicaría la posición en la que la sonda debía impactar
la Tierra, falsificó el mensaje de confirmación desde su llave de onda
cuántica, el computador de bolsillo que le permitía abrir todos los mensajes
que el concentrador de onda recibía directamente desde los altos mandos Zeta y
la inteligencia artificial. Luego enterró la llave y se aseguró de que ningún
Zeta volviera a fastidiar su vida ni la de Limyäe ni los miles de millones de
vidas humanas en la Tierra. Sin la llave no podría abrir ningún mensaje
proveniente de Reticuli. Sin la baliza, la sonda cargada de muerte interestelar
no sabría qué hacer y caería en un lugar al azar, las bacterias morirían y los
Zeta, la más voraz de las especies invasoras en la Galaxia tendría un final
adecuado y merecido, su estrella haría implosión y la malvada inteligencia
artificial que controlaba a varios billones de micropuntos invasores en toda la
galaxia dejaría de existir. Su plan era mejor que el de la desalmada
inteligencia artificial.
Vallynor saboteó todo
el plan de invasión y cortó la comunicación con sus superiores. En vez de ser
un héroe para una especie invasora y moribunda, había elegido quedarse con el
mejor espécimen de una especie en crisis, una especie que estaba en el pleno de
su potencial de desarrollo o de autodestrucción. Una especie con oportunidades.
Había traicionado a los suyos. Prefería a Limyäe. Prefería cargar a cuestas con
el secreto más grande de todo el sistema solar, de todo Reticuli y de toda la
galaxia. Se había enamorado. Ahora era demasiado humano.
El mundo volvió a ser
real, los vagones del tren de su memoria pasaron a máxima velocidad y volvió a
encontrarse a sí mismo en la misma banca del Parkway donde esperaba a Limyäe.
El segundo flash había sido una señal bastante clara. Los altos mandos Zeta, al
servicio de una inteligencia artificial fría y calculadora, decidieron que
podían dar por perdido a Vallynor Finnstak. Debieron ordenar una copia cuántica
de emergencia usando el localizador en el micropunto, la única omisión en el
plan perfecto de Vallynor. Al tercer flash, todo estaría consumado. Su traición
no habría servido de nada, su muerte sería en vano. Y era seguro que moriría.
Hacer una copia cuántica de emergencia desde el localizador transfiere una
cantidad de energía que ningún tallo cerebral humano soportaría.
A lo lejos vio por fin
aparecer a Limyäe. Llevaba una gabardina marrón que escondía un vestido negro
con flores de varios tonos, medias negras y botas a juego con la gabardina, un
gorro de lana para engañar al frío y una media sonrisa coqueta e intrigante,
que ella misma interrumpía con bocanadas de cigarrillo. Caminaba rauda pero
despreocupada, contorneando ligeramente los hombros. Había sido un buen día en
su trabajo, Vallynor lo pudo ver en su semblante decidido y satisfecho, incluso
sin necesidad de usar el micropunto. Ya era de noche y los faroles la bañaban
con una luz que se asemejaba a la del corazón de la galaxia. De querer, Limyäe
podía entender y sentir lo que cualquier ser vivo sintiera y pensara. Una mujer
brillante y con un futuro prometedor, aunque a veces no le gustaba admitir
ninguna de las dos cosas. Encantadora. Ningún humano tenía tan desarrollada su
capacidad como ella. Única en el universo, pensó Vallynor mientras la veía cada
vez más cerca. Las emociones de los dos estaban a punto de sincronizarse. Ambos
podían sentirlo.
Limyäe conectó
rápidamente sus expresivos ojos almendrados con los de Vallynor y sus colores
crepitaron hasta acoplarse en la acostumbrada armonía que los llevaba al
éxtasis. Pero no había ningún color esta vez, solo blanco. Limyäe estaba
aturdida, muy confundida, había en el fondo de su existencia una pesadez
insoportable, un agujero infinito de tristeza que lo devoraba todo, la
sensación compartida de que ambos estaban a punto de perder algo tan valioso
como la vida misma, incluso un poco más. Los ojos de los dos rebosaron de
lágrimas en el mismo instante. Se lanzaron a correr hacia el otro y ya estaban
bastante cerca.
Vallynor sintió un leve
cosquilleo en su nuca y vio la expresión de terror, tristeza y frustración de
su propio rostro dibujada en Limyäe, seguida por un flash que cubrió todo de
blanco por siempre.
Magnífico.
ResponderEliminarleer un cuento que te inspire a escribir.
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