martes, 17 de febrero de 2015

La imperante necesidad de una revolución cultural

Desde que el hombre aprendió a utilizar las fuerzas mecánicas a su favor y el maquinismo dio paso a la era industrial, los impactos de la civilización sobre el medio ambiente han venido creciendo de manera exponencial, tanto en cantidad como en magnitud y gravedad. Después de la Segunda Guerra Mundial (que dicho sea de paso, además de haber sido un crimen contra la humanidad también lo fue contra la Tierra misma), el modelo estadounidense de producción y consumo desenfrenados se implantó en la mayor parte del mundo, siguiendo una importante lección económica que dejó la guerra. La Unión Soviética y algunos países árabes, no alineados con el modelo capitalista consumista norteamericano, tenían también sus propias maneras de impactar negativamente el planeta.

Recién la ciencia empieza a comprender la verdadera magnitud de la problemática ambiental ocasionada por la acción del hombre en la Tierra. Sus métodos, caracterizados por el reduccionismo y la especialización in extremis del conocimiento resultan ciertamente poco útiles en la comprensión del problema. Una ciencia altamente especializada en las partes no puede ofrecer soluciones a una problemática tan compleja y amplia, tanto como lo es la cultura humana.

La civilización se ha acostumbrado al ritmo de vida impuesto por las grandes economías y la industria. Consumo, luego existo, la máxima del modelo económico y social imperante en los últimos tiempos. Parece que en la nueva sociedad humana, la cumbre del desarrollo técnico y económico, importa más tener que ser. El hombre está perdiendo paulatinamente su condición humana. Cualquier otra forma de entender la existencia del ser humano en la Tierra es considerada por los defensores del modelo como primitiva, incluso salvaje.

Crece o muere, la ley primordial, subyacente y transversal a todas las economías del mundo, llámense estados o compañías multinacionales, va en contra de las leyes de la naturaleza. Una economía basada en el crecimiento infinito es axiomáticamente insostenible en un planeta finito. Al ritmo actual la Tierra no tardará en agotarse, la economía no podrá seguir creciendo y la civilización colapsará. Crece o muere.


La civilización está en una grave crisis, cuyas causas aún estamos empezando a entender y que, sospechamos, están profundamente arraigadas a la cultura misma y a los constructos socioeconómicos de los últimos tiempos. Más que nunca en toda la historia y para salvaguardar la vida en la Tierra, la humanidad como conjunto debe evolucionar radicalmente y cambiar la forma de entenderse a sí misma y a sus relaciones con el ambiente. Si el hombre quiere pensarse a sí mismo en el futuro, necesita una revolución científica, tecnológica, social, ética, económica y cultural. Es nuestro deber.

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