Entré a tomar rápidamente un café en uno de tantos Starbucks vulgares y abundantes de la ruidosa Nueva York, pero una hoja de papel agitada por el viento llamó mi atención y me obligó a bajar un poco el ritmo. Todos estaban concentrados en la televisión, el Secretario General de la ONU estaba dando los detalles que resolvían el misterio de las explosiones aéreas sobre el bajo Manhattan que se dieron en la madrugada de ayer. Todos hablaban de un conflicto, una guerra nuclear, tal vez Corea del Norte. Aquellos fulanos en el café prestaban gran atención a las palabras del anciano diplomático, pero la hoja, manuscrita y evidentemente garabateada de afán, se me antojó más interesante. Estaba fechada de hoy mismo, 5 de abril de 2017, y la tinta aún estaba fresca. Empecé a leer:
La decisión está tomada y ningún ser racional -humano o lo que sea- puede hacer caso omiso, bajo pena de muerte. Justo hace una semana y en uno de mis escasos ratos libres, vi una película asombrosamente similar a este momento histórico. Los productores hollywoodenses tienen razón, y me cuesta aún entender cómo lograron anticipar un suceso que mezcla tan hábilmente el cliché con lo inverosímil. El primer contacto entre humanos y aquellos que ahora llamamos los viajeros de las estrellas (pura diplomacia) se dio con ciertos dejos de guerra espectacular y corta. Y es bien sabido que pocas labores las hay más titánicas que el ocultar una guerra, por más breve que sea, y lo es más cuando esta decoró Nueva York con explosiones, aviones destruidos, naves disparando y caos por todas partes. Mas en la tregua entre nosotros y ellos acordamos los términos de una posible colaboración futura, que exige el más ciego y fanático silencio mutuo.
Si bien esto puede significar el derrumbe de nuestra civilización como la conocemos, también es el descubrimiento más grande en nuestra historia como raza humana. Me niego a ocultarlo, simplemente me niego. Esto es revolucionario, esto es... indescriptible. Soy como Galileo anunciando en juicio público que la Tierra se mantiene estática en el centro del Universo. Mis palabras engañarán a todo un planeta, alterarán el curso de nuestra historia, y no conozco los motivos de esas cosas que se hacen llamar viajeros. Juzgo necesario que los demás sepan qué ocurre, que se preparen. En todo caso, esas cosas iniciaron una guerra.
Espero que alguien sensato lea estas letras y sepa actuar sabiamente. Soy el Galileo de mi...
Y la carta termina en un rayón indescifrable. Justo a tiempo finalicé mi lectura para escuchar por la televisión al Secretario General de la ONU cerrar su discurso con unas palabras que a priori no tienen sentido en el contexto pero, pensándolo en frío, son la clave para descifrar aquella carta garabateada con afán que recién transcribí: Eppur si muove. Al Secretario General no lo volví a ver desde la conferencia de prensa, sin embargo algo me hace estar seguro de que su suerte no fue precisamente buena. Y lo que es peor, presiento que mi destino será el mismo. Espero que alguien sensato lea también estas letras y cuente con mejor fortuna para actuar sabiamente.
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