No había espacio para caminar por ninguno de los corredores del Instituto. En su cuarto de siglo en operación, era la primera vez que un alboroto de semejante magnitud había sacudido a la comunidad científica que trabajaba allí. A fuerza de empujones y codazos, el doctor Kingston logró entrar en el auditorio número 101, el recinto más grande del Ala de Identificación y Caracterización de Señales Extraterrestres, CIETS (por sus siglas en inglés). Dicha ala estaba compuesta por un grueso de 56 oficinas, 8 laboratorios de análisis ondulatorio, 3 auditorios y una gran sala, en donde se alojaba el servidor Rosetta, del cual todos los científicos del Instituto se jactaron algunos años atrás por ser el más potente del mundo. Pero ahora no había tiempo para jactarse de nada, la fuerza del extraño y esperado acontecimiento concentraba todo el espectro de las emociones humanas en las zonas del asombro y la euforia.
Los gritos incesantes y el artificioso ruido de los papeles llenos de datos, ondeándose en manos de toda la élite científica mundial, no dejaron concentrar por más de dos minutos al exaltado Kingston. Ni siquiera el rumor lejano del jazz en los altoparlantes del auditorio logró silenciar los gritos de incredulidad. La satisfacción general estaba ciertamente muy lejos del escepticismo natural en los hombres y mujeres de ciencia. Dos tazas de té indio fueron necesarias para amilanar el temblor ansioso de sus manos, pero no fueron capaces de menguar el sudor y los nervios. De todas formas —pensó—, ninguna sustancia tranquilizante en el mundo apaciguaría el fuerte oleaje en su mar de sensaciones encontradas. No podía definirse entre la euforia, la satisfacción, la ansiedad, los nervios y un cierto dejo de miedo. El doctor Ryan Kingston, nada menos, estaba a punto de responder a la madre de todas las incógnitas del ser humano.
Antes de regodearse en su inconmensurable éxito, y en extensión, el de toda la humanidad, la mente del doctor hizo de manera casi autómata, un recuento de los severos años de trabajo que lo condujeron a la obtención de El mensaje. Exactamente, hacía apenas dos días, se habían cumplido 28 años de frustraciones y esfuerzo sin frutos. El trabajo de Kingston consistía en localizar sistemas planetarios cercanos a la Tierra y enviar ondas EHF (o de frecuencia extremadamente alta) con una secuencia de frases simples en clave morse, esperando ser respondidas. En los meses posteriores a la creación del Instituto de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre SETI, y de la construcción del ala CIETS, cuando aún el gran servidor Rosetta era menos que un par de esbozos en hojas maltrechas, el Instituto captó una señal inusual.
—Kingston, Ryan, Unidad de análisis 39 de señales ET. Informe de resultados. Estudio de Señal Anómala 1984-1.—La jerigonza científica que se debía usar en los informes oficiales se asemejaba incómodamente al rígido balido de un militar — Fluctuación de onda radial en el intervalo 44000 KHz - 68000 KHz proveniente de Sistema A. CENTAURI respondida. Mensaje terrestre enviado repetidamente con clave de decodificación. Mensaje terrestre no respondido. Fin del estudio.
El limitado lenguaje de los informes oficiales del SETI no disimulaba del todo la decepción, que en el caso de Kingston, era también el único resultado de un sinnúmero de repetidos fracasos. La señal inusual fue localizada y respondida dos veces cada día, durante dos años. Finalmente, el mismo Ryan decidió abandonar su misión. El universo es abrumadoramente vasto para desperdiciar esfuerzos en una cabeza de alfiler. Algo menos de tres décadas y media vida repleta de los fracasos de un brillante pero poco suertudo profesor, fueron necesarias para consumar un único triunfo. Sin duda, el mayor en la historia de la humanidad.
Kingston dio pasos temblorosos, con la cautela propia de quien camina hasta la cima del podio olímpico, queriendo disfrutar de cada paso y extraviando su misma cordura en la electricidad del aire glorioso. Ninguno de los trescientos cincuenta asientos privilegiados del auditorio 101 del CIETS-SETI estaba vacío. Todos los seres humanos habrían pagado una fortuna por un lugar en el recinto. Evidentemente, solo un puñado de ellos serían testigos directos del histórico comunicado que se daría en tan solo unos segundos.
Durante un segundo eterno, Kingston estuvo en silencio, frente al micrófono. Carraspeó y con la voz más clara, empezó a delinear la nueva historia de la humanidad:
—Damas y caballeros, hombres y mujeres de ciencia. Seré breve. Toda la experiencia del ser humano en el universo converge en este momento, aquí, ante todos nosotros. No tengo ninguna duda al aseverar que este instante cambiará radicalmente el curso de nuestras vidas. El gran servidor Rosetta, del cual todos ustedes han escuchado y que se encuentra bajo mi jurisdicción, en un comportamiento errático localizó una señal anómala en cercanías del sistema Alfa Centauri, similar a la que fue menester de toda la atención mundial hace ya casi tres décadas. El protocolo de acción algorítmica de Rosetta envió un mensaje en clave morse con nuestra identificación y un saludo, y las instrucciones binarias para la interpretación de la clave. —El auditorio sabía de antemano todo lo acontecido en el SETI durante los últimos días, y era simple protocolo escuchar el recuento.— La señal, damas y caballeros, fue respondida cuidadosamente por nuestros hermanos del espacio. Hoy, con gran orgullo y honor —Los aplausos incontenibles y las lágrimas de emoción de los trescientos cincuenta afortunados hacían casi inaudible la voz de Kingston — anuncio oficialmente que tenemos evidencias claras, de que el hombre no está solo en el universo.
La propia voz del anciano doctor encargado de dar la noticia tembló. Aún faltaba desvelar la fracción más importante del comunicado. Kingston volvió a aclarar su voz.
—Rosetta ha interpretado el mensaje proveniente de nuestros hermanos de las estrellas, y por vez primera, todos nosotros seremos testigos de la primera comunicación entre humanos y alienígenas.—Una mano se estiró hasta el estrado, sosteniendo una delicada hoja de papel caro. Todos los rostros presentes iluminaban de satisfacción, excepto uno. Un alma pasó en medio segundo de la euforia a la amargura, en violenta caída libre. El auditorio tardó en entender el mensaje tácito y lúgubre que el doctor Ryan Kingston dio con el decaimiento de su expresión. Tomó aire y se preparó para dar el mensaje,copiosamente enviado por los hermanos de las estrellas:
—«Pedimos disculpas, seres del planeta Tierra. No estamos interesados en establecer relaciones con su especie primitiva.»
@FitoPez
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