jueves, 23 de agosto de 2012

Los disidentes

—¡Las calles están atestadas de personas caídas! Hombres, mujeres, niños, las ancianas y sus bolsas de supermercado, ¡todos cayeron! Los autogiros, ¡zas!, al suelo como moscas envenenadas. Las aceras deslizantes se detuvieron, quietas por completo. ¿Puedes acaso figurarte lo que es una acera quieta, totalmente quieta? Te lo juro, Anna, todos caían a mi lado. Y sus miradas, oh, sus miradas, ¡no había brillo en sus ojos! ¡Estaban muertos!

—¿Me dices que las aceras no se movían? Estás diciendo un montón de tonterías.

—¡Maldita sea! ¡Yo lo he visto con mis ojos, yo estaba allí! ¿No te has conectado al visor mental esta tarde?

—No he tenido tiempo, los oficios de la casa...

—¡Entonces no me digas que son tonterías! Tú no has recibido el informe del estado magnético, no has pensado las noticias. Te lo digo, mujer, todo es culpa del chip. ¿Ahora ves que quitarnos ese condenado aparato no fue una insensatez? Ese maldito chip los ha destruido, ¡los ha matado a todos!

—Estado magnético, chips asesinos, aceras inmóviles y quién sabe qué más imposibilidades está creando tu mente. No te entiendo nada, John. Dime qué está ocurriendo allá, o me temo que tendré que colgar. Los niños, ya van a llegar y yo...

—¡No cuelgues, por favor! Escucha con atención: Deja a los niños, no, enciérralos. Corre a la tienda de la señora Parsons y hazte a todo lo que puedas, nadie estará cuidando la puerta, los Parsons debieron haber caído también. ¡Toma todo lo que puedas! Regresa y cierra la puerta con llave. Habrán algunos disidentes que sobrevivieron y querrán quitarte los víveres. No le abras a nadie, ¡a nadie! No permitas que los niños se asusten, tranquilízalos.

—¡Ya no digas más estupideces, por amor de dios! ¡Si no me cuentas lo que está pasando allá, te aseguro que voy a cortar la maldita videollamada! Así que empieza por contarme por qué no funciona tu dispositivo de video.

—¡Es el sol! Un anciano ha salido en el Notidiario del visor mental esta tarde. Lo han dejado hablar al aire, a pesar de ser un disidente, uno de la resistencia. Tenías que haberlo pensado. Te conectas a ese estúpido aparato todas las tardes, ¡Todas las tardes menos esta! ¡Mierda!

—¿Te refieres a uno de esos locos anarquistas que protestaban contra el chip? ¡Déjate de rodeos, John! Si querías ponerme los pelos de punta, lo has logrado.

—¡Sí, mujer! Uno de esos locos dijo que la tormenta solar mataría a todos. Uno de los que nos arrancó el chip identificador a nosotros y a los niños. ¿Lo recuerdas? ¡Mírate, le debes la vida a la cicatriz que te hizo uno de esos disidentes que tanto odias! ¡Gracias a ese, tu y yo seguimos en pie! Oh, fuimos tan ingenuos. Era solo cuestión de tiempo. Todos en este maldito país hemos escuchado los informes del estado magnético y del bombardeo solar, y aún así hemos accedido a instalarnos estos chips.

—¡No puede ser! ¿Acaso no acabas de decir que todo esto es por culpa del sol? En el Notidiario del visor mental de ayer advirtieron sobre una posible tormenta solar. No estarás insinuando que...

—¡La maldita tormenta solar hizo fallar todos los chips! Muchos aparatos electrónicos se quemaron, los autogiros, los bancos electrónicos, las aceras móviles. Pero los chips, ¡Mierda! Los brazos de todos los que tenían el chip se quemaron. ¡Estaban negros! Es como si hubiesen fabricados esos infernales aparatejos para colapsar en la tormenta. Supongo que el controlador cardíaco del chip fue lo que los mató, a todos.

—No puede ser posible, lo habrían advertido en el visor mental. ¿Por qué habrían de instalarnos a todos un condenado aparato capaz de matarnos?

—¡No lo sé, Anna! ¡No lo sé! Tal vez la resistencia tenía razón. Tal vez nos querían a todos muertos...

—¿Para qué demonios nos querrían matar a todos? ¿Y cómo es que no han hecho nada cuando nos hemos quitado los chips?

—No lo sé, mujer. ¡No sé por qué lo han hecho! ¡Solo sé que todos han caído! ¡Deja de hacer preguntas y cuando lleguen los niños, ve a la tienda de la señora Parsons! Trataré de llegar a casa mañana en la noche, procura que nadie te vea en pie por la calle.

—¡Deja de darme órdenes! Si todo lo que dices es verdad, ¿Qué se supone que vamos a hacer? Dices que nos quieren muertos a todos ¿Y si alguien nos descubre? ¡Dime de una maldita vez qué tienes pensado hacer!

—Esperaremos, hasta que lleguen a nuestra puerta, supongo que entonces será nuestro turno de caer. Por ahora, ¡haz lo que te digo, mujer!

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