Hoy, en esta ciudad, ha ocurrido una tragedia. La democracia murió.
En mis cortos veintiún años de vida he tenido que ver cómo en las noticias de medio día se narran con completa neutralidad sucesos totalmente inverosímiles. Recuerdo haber escuchado a la presentadora de ese entonces decir que Jaime Garzón (uno de mis primeros ídolos de infancia) había sido asesinado. Recuerdo a otra presentadora contándome con notorio entusiasmo que el asesino de Jaime Garzón fue elegido y reelegido presidente. La recuerdo en infinidad de ocasiones, más madura ella, contoneándose al compás de la cosa política, bailando siempre las mejores notas con la derecha política y negándose a levantarse de su asiento si quien pedía una pieza era la izquierda. Hoy la escuché. Tenía el tono de voz de alguien que intenta contar algo de manera imparcial, pero que se infiere está saltando en una pata por la dicha.
Alguna vez dije en uno de mis textos que Colombia es una especie de agujero negro donde desaparece todo atisbo de razón y lógica. A priori puede parecer que fui ingenuo al escribirlo; achacarle a la irracionalidad los problemas de este bendito vividero (que más bien es moridero) parece un poco simplista. Detrás de cada decisión que toma el poder en este país hay una intrincada red de intereses políticos y económicos que buscan, como siempre, hacer la ley de los menos. Pero si uno mira las consecuencias de tales decisiones (por ejemplo, destruir el medio ambiente o dar balazos a quemarropa a la democracia y a quienes creen en ella) y evalúa los motivos de astucia infantil que sustentan tales decisiones, es difícil no darse cuenta que en Colombia se administra con las nalgas.
Hoy fue destituido el Alcalde Mayor de la ciudad de Bogotá, Gustavo Petro Urrego. Hace dos años perdí mi virginidad electoral y mi primer voto se lo dí al tipo que pensé que podría hacerlo diferente. Llegó un hombre de marcada ideología de izquierda, planteando ideas tan revolucionarias como devolverle el poder a lo público, desprivatizar, crear en Bogotá una sociedad más incluyente y, sobre todo, más humana. En su momento fue una ruptura en extremo radical puesta frente a la prolongación del mismo discurso politiquero que ha dominado a Colombia durante toda su historia. Mi decisión estaba tomada. La decisión del pueblo bogotano estaba tomada.
He de admitir que en más de una ocasión he querido abandonar este naufragio al que llamamos país. Cada día son más inverosímiles las historias que nos cuentan los noticieros, cada día hay más y más fuertes motivos para indignarse a las doce y media (y eso sin querer pensar en lo que no nos cuentan). Es claro que nuestra gloria ya no es tan inmarcesible y nuestro júbilo no es inmortal. Siempre que quise abandonar, largarme de este pedazo de tierra hermosa gobernado por atroces carroñeros, pensé en tipos como Gustavo Petro, la señora Ángela María Robledo o Antanas Mockus; personas que también son conscientes de que el país se hunde, pero en vez de abandonar el barco se sumergen hasta el casco e intentan soldarlo, viven en función de evitar el naufragio.
Hoy Colombia nos recordó que no se puede soldar bajo el agua.
Petro, Ángela María Robledo y Mockus son humanos, no son perfectos, se equivocan. Petro se equivocó de muchas formas. La mayor de sus equivocaciones fue, yo creería, atreverse a declararle una guerra contra las mismas cuarenta familias que conforman toda la élite del poder colombiano.
Es clara mi filiación política con Petro, pero eso no es relevante aquí. La indignación viene en cuanto a que hoy no se ha ofendido a un hombre o a un partido político. Hoy se ha ofendido a la democracia. Hoy se ha irrespetado la decisión de todo un pueblo; los grupos de poder, en cabeza de su dictador, han dado un mensaje muy claro. Aquí, la defensa de lo público es un delito. Aquí, pensar diferente y separarse de las intenciones de los poderosos merece castigos ejemplares. Aquí la democracia es un adorno. Hoy fue Petro, mañana puede ser cualquiera.
Recuerdo haber salido de mi hogar, consternado, sin palabras, pensando en las implicaciones de lo que ha sucedido hoy. Quedó claro que el país del Sagrado Corazón tiene el corazón podrido por los sagrados gusanos que lo controlan.
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