Los siete
descendieron de los cielos. Respiraron con dificultad el aire pesado del Tercer
Planeta. Ante ellos se alzaban tres gigantes de piedra, tres pirámides que
yacían incrustadas entre toneladas de polvo tostado y que rompían la pasividad
de una llanura infinita. Los siete perdieron el aliento.
—Pero, ¿quién
construyó todo esto?— aventuró uno.
Ninguno supo
responder.
Pasó más de una
hora.
El capitán
rompió el silencio:
—¡Somos viajeros
del Segundo Planeta del Sistema Solar! ¡¿Hay alguien aquí?!
El grito se
perdió en la llanura.
Habían
llegado tarde. Un minuto, un día, un millón de años tarde...
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