Hoy leí las noticias en el periódico. Un gigantesco hoyo surgió en la calle empinada del suburbio. Nadie se explica de dónde salió, ni qué diablos hace un hoyo allí. Estuve tentado a ir hasta esa calle, y aunque está a un par de cuadras de mi apartamento, hoy no tengo ganas de caminar. Me conformo con leer que los estúpidos transeúntes ahora saben cuántos metros de vacío llena un hoyo creado por la nada.
En la columna colindante de mi primera plana, la ex reina de belleza está enjaulada. Las letras tipografiadas en negro la encarcelaron por fraudulenta: tomó sin permiso el dinero de los pobres y compró repuestos para su cuerpo de plástico. Pensó que nadie notaría el engaño, pero sus nuevas tetas y el arsenal de vestidos que las enmarcaron por varios años no pasaron desapercibidos. Bueno, al menos eso dicen las letras de la prensa que ahora la encarcela. Agarro un pedazo de pan sin levantarme de mi cama y, sin terminar de leer la noticia, recuerdo a María Antonieta con su máxima: Entonces que coman pastel.
Pastel. Hoy no tengo ganas de pastel. La nevera que compré hace apenas unos días es testigo de mi soledad absoluta. Soledad es el pastel de mi cumpleaños con solo una pieza cortada, que ahora se congela bajo el rigor del frío eléctrico.
Me levanto. No, me caigo de la cama y me tomo un café en la sala desordenada. La puta dejó sus medias en mi sofá. Las alejo de mi presencia recordando cómo se las quité anoche, embriagado de pasión enferma y transmitiendo mi soledad en cada caricia áspera y fría. No hay nada más grotesco que el sexo con una puta, es la belleza hecha violencia, es el arte hecho basura, el brillo viscoso de los gusanos. Sirvo otra taza de café y el negro rumor de su aroma como esmog, se complementa con su delicioso y reconfortante sabor a aceite usado de motor.
Sigo leyendo mi periódico. La Corporación se ha robado el alma de todas las mujeres, devoró toda la esencia y la nívea pureza femenina y defecó en asquerosa respuesta un estante de cosméticos. Pongo el periódico en la mesa de noche, corto el papel ácido a la mitad, lo pongo bajo mi lengua y es hora de viajar. Ahhh, ahhhh, ahhhh.
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